jueves, 9 de noviembre de 2023

 

De Palabras en los ojos [2007-2009]

(2011)

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La poesía

siembra ojos en la página,

siembra palabras en los ojos.

Octavio Paz, “Decir, hacer”,

Árbol adentro.

 

 

 

Las palabras que no inventas

 

 

Las palabras que no logro inventar

son las que me explican.

Guillermo Sucre, La mirada

 

 

¿Quién eres allí, lector de qué?

Las palabras que no dices han ido tejiendo

un imponente nido para ningún pájaro.

 

Pájaros en la página, viraje alrededor

de ti, algarabía de alas en el papel dilatado

como un cielo humilde; y tú detrás

 

elevando los flancos hasta quedar en ascuas.

Hablan en tu nombre, te dibujan unos ojos

prisioneros superpuestos a la poca disciplina.

 

Las huidizas (como agua en la lengua

trazando el alabeo de la aridez),

las voladeras palabras que no tocas

 

y que dejan en ti un rastro de verdad discreta:

la explicación, la nota al margen

de tu propia ebriedad en entredicho.

 

Las palabras que no inventas son como raíces

fluidas, como brazos hacia dentro: dicen mejor

que tú tu corazón oculto en la intemperie.

 

 

 

Gramática de la muerte

 

 

Mi cuerpo vendrá a ser

simple sedimento: una palabra

con otro significado,

descolorida y fértil

en cada una de sus partes,

anclada sombra

musitando entre lombrices.

 

Tu cuerpo vendrá a ser

una endeble desinencia

del hedor y la armonía;

un hiato cobijado por larvas

diacríticas, por heces.

 

Su cuerpo ya es, será

una tediosa concordancia

con la tierra pútrida

cuyas entrañas deletrearemos

con los mismos

huesos, con las uñas mismas

girando como

un trompo tras el tiempo.

 

Nuestro cuerpo vendrá a ser

la oración subordinada

del fango y del celaje, siempre,

o la mayoría de la veces

orín nominativo, vocal oscura.

 

Vuestro cuerpo tan solo

una humilde tiza para escribir

con ella en el abismo,

 

un avecilla clausurada desde

ninguna providencia;

 

repulsivo cascote de lo eterno

(o de lo etéreo, mejor dicho),

eso vendrá a ser.

 

Sus cuerpos, los de ellos, ya

son, serán emboscados linotipos

que la muerte toca

con dedos o lengua de papel.

 

 

 

Dos sílabas

 

 

Un segundo, tan solo, el escote

ante mis ojos —tiempo es carne—:

dos sílabas corrigiendo a Dios.

 

 

 

Oí pasar pájaros

 

 

Oí pasar pájaros toda la noche.

Estuvieron picoteando en mi garganta,

separaron el tejido cenital de las virutas

somnolientas y solemnemente pedregosas

en las que no hay más que aire rajado

o muecas sin sustancia. Vino también

la muerte lasciva a leer sus resecos

octosílabos, arrebujada en los socavones

de la duermevela. Toda la noche

oí pasar pájaros en un lento zumbido

que derramaba las palabras o las hacía

crecer el interior de las heridas.

 

 

 

Gritos y susurros

 

 

Susurrar la amplitud

del mundo

tal vez sea posible

si antes aprendemos

a gritar

su parvo desvestirse.

 

 

 

El espacio mismo es una máscara

 

 

El espacio mismo es una máscara

tras la que los días se pierden sin

ascender enteramente hacia un comienzo.

El remanente de las horas levantadas

estalla muy cerca de los labios y toda idea

se disuelve entre los renglones

de un cuaderno consonante y térreo.

Detrás de la mirada hay otro reino

(pero eso lo saben las manos

que irrumpen en la página cerúlea

como pelícanos que se arrojan contra Dios),

otra ciudad, andante y en verdad

rotando sobre un eje ramificado

en demasiadas pérdidas. Por momentos

no nos reconocemos en ningún

asunto, nada es nuestro a excepción

de la duda y cierto empecinamiento.

El espacio mismo es una máscara, a través

de ella —y en su contra—

podemos leer lo que está escrito

entre los fieros surcos de durar.

 

 

 

Hierofanía

 

 

¿Qué diosa hindú

o babilonia

sobrevive

en la escritura revuelta

de su pelo?

 

 

 

Deixis ad phantasma

 

 

Algo habla sin voz

entre los falsos pimenteros.

Puedo oír —a veces—

el acopio no visible

de las cosas, y el dialecto

verdoso con que las hojas

señalan a la muerte.

 

 

 

Alfabeto del mundo

 

 

Sílaba es la luna, manifiesta sílaba

abriéndose en lo alto del papel umbrío.

Umbrío es el cuerpo de lo umbrío,

en soledad nutriendo cada sílaba.

 

La noche va soltando sus vocales

sobre los eucaliptos y también sobre

la tímida osamenta de las catedrales.

Pobres suben los ojos a lo pobre.

 

Las manos quieren ser, forma

recorren con la piel en ciernes, recorren

intimidad donde el albor se torna

 

cuerpo. Sílaba es la luna o cuerpo

en contra. Sílabas que desnudas corren,

los minutos. El cuerpo lee al cuerpo.

 

 

 

Katherine Mansfield y el corazón de allí fuera

 

 

Afuera un hombre está picando piedra. ¡Hace un día muy quieto! A veces se siente crujir una hoja y una extraña ráfaga de viento entra por mi ventana. El viejo pica, pica como si fuera un corazón que estuviera latiendo allí fuera.

K. Mansfield, Diario, 20 de enero de 1915.

 

 

He permanecido sentada, no sobre la silla, sobre las tenues horas

que parecen apilarse en las esquinas de la casa,

igual que esos muebles a los que ya no hacemos caso:

criaturas muertas igual que a veces las palabras.

 

Las hojas crujen más cerca de mi pobre piel vacía

que del patio; no hay paisaje, sino que todo cuanto tiene forma

y dimensión parece devorarme casi con desdén

para que no duela en exceso ser un ciudadano del desastre.

 

¿Qué podría decirme el viento y en qué idioma?

Oigo su transparencia en desorden ir y venir entre los fresnos

y los frágiles castaños; también en mi cerebro el otoño vierte sombras

que cuchichean desde una boca hecha para dialogar consigo misma.

 

Podría escribir ahora mismo, si quisiera, un cuento

que trabajé pacientemente en el scriptorum de mi fuero interno:

limpié cada palabra con mi sangre y en ella la envolví

como si guardara chatarra en un aparador imponderable.

 

Afuera —no sé muy bien qué quiero, o qué puedo, decir

con ese adverbio aftoso— un hombre golpea piedras con obstinación

y quizás con abandono; pretende disolverlas utilizando el puro empeño

y su lánguida herramienta de humano señorío y desafuero.

(Es como si un corazón latiera desde los acantilados de algún pecho

a punto de extinguirse, un corazón foráneo percutiendo

en las afueras de la tarde, demasiado lejos y sin embargo capaz

de tacharnos con su impenetrable música los renglones de la carne).

 

Afuera —no sé muy bien a qué me refiero— el hombre viejo

descarga el flanco encallecido de sus muchos soles

contra la púber roca que no entrega su unidad tan fácilmente.

La persistencia del hierro —allí fuera— remueve

los subordinados escombros de mi pulso. Siento que algo se aleja

desde muy cerca. El corazón es un barco sin remedio.

 

 

 

Ubi sum?

 

 

¿Qué se hizo aquel muchacho

—¿dónde yace ya?—

de mirada gaseosa y dedos

como clavos en la madera sin barniz

de los rincones? Sólo

queda el hueso pulcro

—no he dicho muerte

ni ultratumba en rondó alígero,

evanescencia he dicho—

de su timidez, la espina

resplandeciendo en los detritus

largamente atesorados

bajo llave. Y llueve

en los pulmones, en el tras-

patio donde la transparencia

habla con Rilke de fantasma

a fantasma, de naranja

unánime a memoria picoteada

por los mirlos. ¿Qué se hizo,

qué, aquel mancebo tan

manso en su soltura solitaria,

en su moderado crecimiento

tras los infolios y la felice latitud?

¿Qué se hizo, pues, el desconcierto

pedaleando en la tristeza;

Caracas por las tardes, idéntica

a un mango que tocamos

con las raíces del pensamiento

bien orientadas hacia

la disciplina de la piel?

¿Qué se hizo el libro con páginas

de sol y letra garza, la soledad

reptando entre la turba,

Sabana Grande y sus libreros, el equi-

librio de respirar sin romper

ninguna orilla,

la certidumbre ebria de ser

también —y un poco más— palabra?

 

 

 

 

Revelación de la nieve

 

 

La nieve, por primera vez

no es otra cosa que pensamiento

 

a punto de ser cuerpo, inasible voz

para nombrar la tierra

 

que es pámpano de espejos, musgo

suave dentro de la muerte.

 

La toqué y se deshizo su

mórbida blancura; también

 

la arrogancia de su todo

fue bullir de sombras bajo la yema

 

ignorante de los dedos. La nieve

nada dijo: la definió un silencio

 

cóncavo, como de pájaro

que rehúye el vuelo y ofrece al aire

 

su cuerpo de metáfora, su quieta

e inescrutable llama que no quema.

 

 

 

Dos lugares

 

 

Toco las cosas más próximas

con manos venidas de muy lejos.

Todo mi cuerpo es dos lugares.

 

 

 

Pájaros en la página

 

 

Las palabras son piedras

que se comportan como pájaros

cruzando la amplitud

constreñida de lo blanco.

 

El aire alberga cifras

aún más ligeras que el rumor

de la canícula,

 

cada frase es un ojo de cal

espiando por la cerradura

de la transparencia;

 

luego asciende hacia

los márgenes;

busca las desguarnecidas entrañas

del papel, el hueso albo,

la migaja tenaz y espejeante.

 

En la página tan solo pájaros

respiran el ardor

pedregoso de lo inmóvil.

 

 

 

II Commonplace book (Ejercicios de ontofagia)

 

 

Raíces y pasos

 

 

Mihyar el de Damasco supo entender

lo que la tierra roja

masculla para sí misma, para cualquiera,

para los brazos foráneos

del viento: espejo o túnica en mil

lenguas recluido, filo menesteroso

de alguna señal

incinerada en la garganta.

 

Lo vi caminar bajo la pobre techumbre

del fulgor —una multitud habitaba

en los declives de su rostro—; lo vi alejarse

hacia el alcázar

que cada quien acuna para sí,

donde los sueños son altos muros

incapaces de contener el vasallaje.

 

En él, raíces y pasos eran lo mismo:

peregrina es la bóveda

del cuerpo y una ciudad la sangre.

 

 

 

Vueltas alrededor de Pavese

 

 

Vendrá la muerte y tendrá tu vulva,

para mirarnos desde ella con su único gesto de distancia

                                                                              medida

tras los árboles que ululan manoseados

por el viento;

vendrá la muerte y tendrá tu pelvis,

tu zigzagueante sonrisa

moviéndose en el vacío como una salamandra

que salmodia entre crepitaciones verbales

                                                                     y Yahvé

desnudo e iracundo, intachable en su locura

                                                                        talmúdica

igual que un libro abierto a punto de

                                                            saltar

sobre aquel que lo lee. Vendrá

                                                  —créeme—,

vendrá la muerte y puede que también

tenga tu mismo olor a hierba estrujada

o limo augural repleto de oraciones;

porque así huele la muerte cuando hacia sí misma

                                                                              crece,

y hacia nosotros, partiendo

                                             cada

una

de nuestras máscaras por su mitad de tierra.

 

 

 

Nota al margen

 

 

¿Son vida las palabras

—se pregunta equilibrista

Alfonso Costafreda—

o van contra la vida?

 

A veces más una cosa que la otra.

Siempre las dos juntas.

 

 

 

Quevedo o al ver, quedo

 

 

Vivir es caminar breve jornada

y breve es la boca que ofrecemos

a otra boca aún más breve; demos

un puñado de saliva a la nada

 

para intercambiar con ella nuestros

signos indigentes. Jornada breve

es el cuerpo y su potencia leve

aletear de letras en los diestros

 

renglones del instante. Ya no es ayer

en la carne, pero un raudo tatuaje

queda revuelto en el hoy, y hoy es ser

 

a fruta y nervio y cifrado balizaje

con que la muerte bate lenguas. Ver:

echar los ojos al aire como anclaje.

 

 

 

Cinco variaciones

 

 

El colibrí.

Donde estuvo no está,

¡pero está aquí!

Orlando González Esteva

 

1

Dibuja el colibrí

un relámpago de tinta

dentro de mí.

 

2

Gota de instante

susurrándole a los ojos

lo incomunicable.

 

3

Tenaz colibrí,

signo que borra lo que

escribe el jazmín.

 

4

Más que la mirada

veloz, pero la muerte

es aún más rápida.

 

5

El colibrí.

Donde estuvo está:

traza el aquí.

 

 

Otras cinco variaciones

 

 

Bajo los árboles,

se diría que el tiempo

juega a quedarse.

O. G. Esteva

 

1

El tiempo dice,

bajo los árboles, cosas

que echan raíces.

 

2

Sauce llorón:

entre el tiempo y la duda,

igual que yo.

 

3

El araguaney

cubre de amarillo

a Dios, también.

 

4

El tiempo queda,

fluye el árbol en círculos

de desobediencia.

 

5

Bajo los árboles

el tiempo se desnuda:

es sólo carne.

 

 

 

 

 

La muerte de Empédocles

 

 

Hölderlin lo dijo, no vengan a importunarme

con el tintineo de promesas y pormenores de ultratumba:

también la dicha bebe muerte, eso escribió,

jugosa como vid de reflejos metálicos,

y hay moscas sibaritas en las cuencas de su hartazgo.

 

 

 

 

De pronto Juan Sánchez Peláez

 

De pronto Juan Sánchez

                                      Peláez,

pelando la realidad

con incisivas manos

                           de alquimista,

agachado en la almendra

del insomnio

para plegar visión

                               tras

                                       visión

como papel de seda o lánguido

estremecimiento

 

quién me oye

en la extrañeza de ser

 

¿Quién puede poner orden

a los instrumentos del azar,

 

y de paso curarle al vacío

sus pocas palabras sin remedio,

su afán entre nosotros?

 

¿Quién lee mis huesos,

y en qué libreta fui

                                apuntando

para que nadie oyera el crujir

y la indolencia?

                           ¿Quién

toca con la orilla de su lengua

la inasible herrumbre mía?

 

 

 

Raúl Gómez Jattin

 

 

A José Ramos Arteaga, Pepe

 

 

Súbete los pliegues de la sombra hasta

las mismísimas pupilas, déjate en paz.

 

Acepta el ávido licor que te ofrece Clío

o la moneda humilde que contente (pobre

escudilla) tu mano abierta a medias.

 

Acostúmbrate de una buena o mala

vez a los cuchillos de la poesía (también

al barullo despectivo que la polis

expulsa desde sus oleosas fauces)

 

encajados casi siempre nel mezzo

de las calles; harto adentro, donde es

palmaria la ceguera del mendrugo;

 

en los ojos (patios sin lluvia); sobre

todo en ellos, violentamente hasta

vaciarlos por completo y no dejarles sino

 

el hipo. Acostúmbrate al sabor bronco

de las palabras (igual que el aguardiente

en las encías). Acostúmbrate a eso:

 

a la fraternidad del suelo en el que

bien puedes anclar lo poco que te queda.

 

 

 

III Palabras en los ojos

 

 

 

Les yeux seuls sont encore capables de pousser un cri.

René Char, Feuillets d’ Hypnos, 104

 

No veo con los ojos: las palabras

son mis ojos.

Octavio Paz, Pasado en claro

 

Si otro mundo nos es dable

debe ser éste

desde unos ojos

que la diafanidad ha subyugado.

Rafael Cadenas, Memorial

 

 

 

 

 

Quisiéramos abrir la lucidez

con nuestras propias manos

y que al escabullirse, los dedos supieran

desandar las callejuelas

del júbilo o merecer un territorio

en el que el tacto es una delgada

maduración de lo escondido.

 

Quisiéramos ver de otra manera,

arrojar al horizonte

la totalidad de nuestros poros

como se lanzan piedras a un estanque.

 

Quisiéramos arañar con las rodillas

el sexo sesgado de la materia,

y que las palabras merodeen

como un gato exageradamente físico

las habitaciones más vacías.

 

Quisiéramos bailar

en la espumosa penumbra del sigilo.

 

 

 

*

 

 

El centro es lo otro:

                                 la voz

detrás

de las apariencias

señalándonos una discreta

intersección

entre el sentimiento y los actos,

entre los actos

y las falsas maniobras.

Mirar

es ser con el mismo desamparo

que un albatros arrastrando

la timidez

hacia lo seco de su vuelo.

 

Que la palabra sea gruta

en la que podamos encerrarnos

con tarda obscenidad

de musgo

                 y lengua;

 

que los pulmones sepan repujar

el aire

abriéndole heridas fértiles

y exactas,

que haya sudor

                          en lo entredicho.

 

 

 

*

 

 

Lo que soy viene a mí desde muy lejos; otras

veces aparezco de pie

igual que un acebo al que los pájaros

le puntúan la espaciosa soledad.

 

Mi afán busca reconocerse en el fruto

vacío de lo dicho. Lo que no soy

también envuelve, o casi, las palabras.

 

En el pecho se acumulan cicatrices,

lluvias,

pequeñas historias narradas sin propósito.

 

Lo que soy me atisba desde una rara percusión;

entretanto los músculos

se tensan igual que cuerdas de grafito.

Ningún trazo.

Existir es un idioma imposible de entender.

 

 

 

*

 

 

O real é a palavra

Eugénio de Andrade, Branco na branco

 

 

Puede que lo real sea un asunto que únicamente

concierne a la palabra, a ella sola.

Incluso aquí es necesario

no hacerse muchas ilusiones.

 

Lo real es algo que tiene que ver con la palabra,

pero también desiste de ella

y hace su casa en un descarnado precipicio.

 

Lo real posee una rara gracia de gaviota

devorada por su propio vuelo intransigente.

 

Lo real es aquello que no ha querido ser,

ni siquiera, un ligero traspiés de la palabra.

 

 

 

*

 

 

Larvas

             usurpándonos

                                      los ojos

 

 

 

*

 

 

¿Viven los ojos aquí o están de paso?

 

¿Saben que el mediodía puede desgarrar

sus solemnes vestiduras

con apenas dos o tres palabras?

 

¿Hacia qué lado son?

 

¿Comen luz recién parida

o permanecen consumidos

por el ayuno que confieren los rincones?

 

¿Quién los autorizó

a reescribir la materia?

 

¿Dónde es punto y final,

encima de la boca

o después de ellos

que no ignoran el escondite de la piel?

 

 

 

*

 

 

Otro día más que entrega

su cuerpo sin propósito

a la lujuria ordenada de los ojos.

 

 

 

*

 

 

El verbum tirita de silencio

en las crepitaciones urgentes

                                                del ágora,

agora

           y siempre.

 

 

 

*

 

 

Leer significa ojos en marcha

hacia regiones

                         también

                                        en movimiento.

 

 

 

*

 

 

Allí en lo alto, la grulla inquiere,

postrándose en el limo

 

para no ignorar que es también eso:

la que habita una materia

enteramente del grito y lo inmediato.

 

 

 

*

 

 

El ardimiento taimado de la música

se une a la materia

como intercambiando precipicios y destellos;

 

luego viene la separación y después

nuevamente la cópula capaz

de reunir en un desguarnecido encuentro

todo el aroma —vulnerable— que las

palabras fueron expulsando

al ser dichas por una boca deshecha

en el fragor de la lujuria.

 

El ardimiento de la música —su paisaje—

está en ver como si ya no quedara tiempo

para otra cosa, como si el instante

ardiera en su ritmo dáctilo y rabioso.

 

Probablemente al mirar son más

del aire las pupilas, y al moverse así,

en una danza de vibrantes signos,

acaso puedan devolverle al cuerpo un poco

de su antigua ingravidez.

 

 

 

*

 

 

Regresan todos los días a Ítaca,

los ojos.

 

 

 

*

 

 

En las retinas tímpano: oír

la contextura, el espesor,

el estremecimiento de los colores

en su íntima maternidad.

 

Estar, dúctiles y saciados;

sin que nada foráneo

haga de nuestra contingencia

una pared contra la lumbre.

 

Ver un argumento en cada aroma,

un matiz distinto

en la tupida música.

 

Vivir con el nudo de los ojos

rodeando la nuez de lo invisible.