domingo, 20 de marzo de 2011


De Cuerpo habitado [1991-2009]
(2010)



Le langage est une peau: je frotte mon langage contre l ’autre. C ’est comme si j ’avais des mots en guise de doigts, ou des doigts au bouts de mes mots. Mon langage tremble de désir.
Roland Barthes, Fragments d´un discours amoureux


A orillas de tu mundo voy creciendo.
Tomás Alfaro Calatrava, Afortunado náufrago


Dame a morder la fruta de la vida
la firme fruta de luz de tu cuerpo habitado.
Tomás Segovia, Historias y poemas [1958-1967]


Me respiraste
en tu vacío lleno
y yo latía en ti y en ti latían
la vulva, el verbo, el vértigo y el centro.
José Ángel Valente, “Graal”, Mandorla


Indago a tientas los signos de tu carne.
Eugenio Montejo, “Horóscopo táctil”, Papiros amorosos


 ________________________________________________




1

mujer palabra    tu carne es sonido que en voz baja
pronuncio    paladeando sílabas
increíblemente oscuras en la vibración
y en al tamaño    hueles a luz
recién mirada    a objeto próximo y perfecto
cuando apenas lo tocamos
con el dorso de la respiración para advertir
un ligero cambio en sus frágiles contornos

mujer palabra    tu piel empieza en mis pulmones
o tal vez en mi sangre
cada uno de tus huesos es una letra
a combinar    un vago signo
que se escurre con lenta precisión de coleóptero

eres    lo sé porque al mirarte
corriges la desnudez del aire

podría leer la lluvia    no así tu cuerpo   escrito
a contrasueño    demasiado real
para mis ojos cuya materia es el humo y la ignorancia



3

sorbo la invisibilidad
que te cubre los pechos
alcanzo el hipogeo túmido
en el que la palabra
es una rajadura
con fuerte olor a tierra

sé que los colores de abril
están en permanente
maduración
bajo la ropa que cubre
tu desnudez fenicia
y trituradora de siglos
sin nombre    arde

la transparencia del poema
en tu lengua de árbol



4

sobrevivo a esa manera de mirarlo todo
como si hubiera cal en tus pupilas

ya no sé si esconderme
o dejar que mi cuerpo también se erosione

pero sería esa muerte en las manos
con el pañuelo de reírte

y la niña que eres    desollándome
obligándome a vivir



6

no es tan sólo mirarte las nalgas
y descifrar en ellas una ofrenda
un libro es de oscuros esplendores
donde poder leer el milagro tenue
de las formas copulando con el sol
y las acequias    entonces recorrer
pausadamente el alfabeto que hay
entre tus muslos    lamer todas
las vocales como quien sorbe noche
traducirte sin apuro    aún sabiendo
que la música está adherida no
a la tierra sino a las páginas más
hondas de tu cuerpo donde la luz
es piel y tu saliva un raro jeroglífico



7

busco con insensato afán
una mínima correspondencia
que dejes resbalar en la mirada

de muy poco me ha servido
golpearme los párpados
con un agreste caduceo

todas mis cicatrices son semillas
con las que prolifera tu presencia



11

siento una presencia subterránea
voces atascadas en mi piel    raros
vestigios de otra sangre sin embargo
reconocibles por el tacto    fundidos
con la mía en un solo discurso
transitivo    frágil    sicalíptico
podría lamer    incluso    la música
del bajo vientre    los arpegios
largamente domesticados para
el descenso a la ciudad que escondes



15

llévame a ese lugar
donde el tiempo es cicatriz
y no reproche

llévame    llave me
soñaré justo en tus manos
ávidas de abrir
puertas sin mácula
en la concéntrica
desnudez del mundo

el mundo
demasiado viejo para el amor



17

quizás sea una hoja
eso que dices de mí

porque ahora sólo te veo
agachada en el viento

mezclando tus brazos
con las sílabas
que picotean los pájaros

disimula    haz como si
el sol no te perteneciera

deja que tus dedos
comiencen un árbol



20

me riño por olvidar que eres lejos
que alimentas una provincia inaccesible
en la que las palabras son cuchillos
que florecen en el interior de la garganta



21

todo tu cuerpo es una biblioteca
susurrando lentamente a sol abierto
un único signo hinchado por el paso
complejo de las horas que giran
en la piel y la reescriben
con paciencia y con usura    pubis
de papiro o polilla tenaz
contra la lumbre    tu centro es vacío
                                              vertical
en el que abandono cada sílaba
como queriendo ascender
hasta la nuez esplendente del exilio



28

en el centro de todo exilio
está tu piel sudada    el animal
inmarcesible que duerme
bajo tu vientre de látigo

donde pones el ojo    el ser
pones    y hay tanto polvo
arriba de nuestros nombres



30

despiértame en la mitad del ronco
sueño    donde el viento escribe
con caracteres menos efímeros que tus dedos

mete la lengua en lo profundo
del verano    sacia el trasluz enhiesto que sube
de cada poema    abre la muerte
sobre el círculo de tus caderas    dime sí
para entretanto ir comiéndome tu sombra



32

hay un fuego gris y como rendido
al beso inmaterial de la ceniza
en todo aquello que no es
tu cuerpo              sobra el mundo



39

dispérsame    dispárame
excluye mis fragmentos
o al menos arrójalos
hacia el otro lado de la resolana

que el hueco de tu rostro
continúe reverberando
en el interior exigente del poema

rompe mis huesos
con tu lengua de ámbar
y ambigüedad lunar

usa el otoño para borrar mis límites

y bébetelos    distraída
desdeñosamente
como si fueran los restos
de un licor amargo
que sólo sirve
para convocar a dioses fracasados



40

los colores no son engendrados por la luz
sumisa    proceden directamente de la carne
tuya    fugitivos y completos en cuanto a
exilios    vívidos en el respirar y en el trabajo

hago un cerco con las palabras que voy juntando
invoco tu poder resbaladizo    tu torso
lábil y a veces invisible                     escribo

las tonalidades    los dúctiles matices
que bajan desde tu presencia    poderosos

vienen a concluir debajo de mis cosas
un itinerario exigente    traen el mensaje
material    el imperativo delicado de tu sexo



44

hembra sumergida en el medio
círculo del esplendor    paridora
de gnosis lúbrica    cada uno
de mis huesos está imantado
por tus maniobras de agazapamiento
espío tu cuerpo ofrecido al fosforescente
jadeo de la ceniza oracular

es así como busco tu piel detrás
de lo invisible    me alberga la promesa
de una cintura suspendida a ras de sueño

en tus cavidades el mar se reconoce
por eso frota contra tu nombre
el espesor atávico de los siglos

y el verano es una palabra entreabierta
desnudándote la boca



47

el solo ojo tiene hambre
de ascensión
por eso baja hasta las sílabas del limo
para comer allí
cuanto de dios hay entre la escoria



48

otro cielo no quiero
ni otra tierra
tan sólo el espacio
hendido por la voz
del mediodía entre tus piernas

porque allí el ser
es mano abierta
o apamate que se yergue
hacia lo blanco

y las palabras tienen sexo
viscosidad salina
con la que poder deletrear
el peso de la sombra
tras los cuerpos

eso quiero    únicamente piel
leyendo piel

peregrino voraz
en el cuerpo del poema



50

que mis manos aprendan a respirar
en el barro sapiente de tu carne
que acaricien las palabras encerradas
en tu pubis
como quien toca tierra o página

que sepan beber de lo invisible
no para la sed
sino por construir un espacio menos humillado



54

me inventas    díscola
los dedos in crescendo hacia
la floración sin trámites del ser
trabado en nudos opalinos
en carne verbosa y derramada

desnuda eres códice
que largamente codicio
trazos caprichosos y complicadas
ilustraciones en los márgenes
de la erección

bórrame    pues    los ojos y escribe
sobre ellos núbiles semillas
con las que poder mirar
sin que la muerte ensucie mis pupilas



viernes, 4 de marzo de 2011

De Animal perdido [1990-2008]
(2009)



El animal razonable es el único animal perdido,
el único que, en lugar de persistir en su
condición primera, se preocupa por forjarse
otra, a despecho de sus intereses
y como impiedad hacia su propia imagen.
E. M. Cioran

En este roce Dios es el hueco de gastarnos
Porque uno está solo en lugar o
Estancia o salto de pie en el vacío.
Yolanda Pantin


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I Razón de lo invisible [1990-2008]


5

Rodar sobre la propia exaltación,
ser animal que muerde
los sótanos del ardor.

Masticar el fuego que sale chorreando
desde lo adentro
de toda palabra.

Dar palmadas en lo invisible;
trazar signos allí
de sucia cal, de asilo.

Advertir que la muerte es un pulmón
que se vacía cuando respira lo blanco;

una estrella reseca, saciando
la imposible sed
donde proliferan todas las preguntas.


9

La eternidad es un trompo,
míralo girar
entre la piel y lo invisible.



10

Enloquecer de presencia,
de parpadeo;
extender los brazos
hacia el centro
de la mañana,
casi rozar su sexo
de azafrán y vidrio.

Alimentarse
a fuerza de verbo.



14

Nos bañaremos en el mismo río
todas las veces que nos dé la gana,
chapotearemos con desenfado
en su corpulenta inmediatez.

El tiempo dejará de ser una navaja
aún más incómoda que la de Okham;

se hará objeto, cosa enhiesta,
extensa convulsión
capaz de borrar todos los nombres.



17

Escribo tal vez por filamentos de razón en humedad que asciende hasta creer encontrar un asidero; en ese kibutz habrá otra sangre, menos ciega, en tránsito de flor que abandona su cicatriz definitivamente.
Escribo para desandar las túrbidas apariencias cenitales; no basta con que moje los dedos en la superficie difícil que las circunvala, hay que pegar las pupilas a los límites, frotar la transparencia hasta que sea carne o un collar de sílabas que podemos tocar con la mirada.



II Ojos de carne [1991-2008]



¿Tienes  acaso ojos de carne
o ves las cosas como un mortal?
Job, 10:4

3

Job levanta los ojos y mira el cielo
arrasado por tenues, hostiles presagios;
su cuerpo es una cifra desvencijada,
un tímido túmulo hostigado por el viento.

Yahvé acecha con ojos tan acerados
como la pálida locura, pero su aliento
es una vaporosa línea
que se confunde con el horizonte.



4

He pretendido derrotas más humanas   concilios que insistan en devolverle a tus pupilas la fragilidad del agua    he procurado desnudarme rigurosamente    exponer los miembros al asedio de los cielos    No descanso    respiro a hurtadillas    Ya no pertenezco al arbitrio de los dedos y su constelación minuciosa    Se me detiene la voz en la espalda    sudo de cerca tu vacío    tu lugar de estarme contemplando    resquebrajado    distante de tu sombra incisiva    Te aseguro estar husmeando en tus contornos    adelgazando en tu vientre que persiste en ser un ave de indomable ceniza    Regreso a mis vacilaciones    a mi audacia de mínima criatura asumiendo sus gestas por descuido.



9

Del otro lado de las llagas
hay un paisaje sin edad,
idéntico a la pobreza.

El espacio se hace descenso
en lo íntimo de la dádiva,

no es herida: surco
donde crecen los ojos.



13

Quiero arrojarte mi corazón
como si se tratara de una piedra
o de un venablo árido y mortal.

Pero mi corazón es un frágil
utensilio, una lámina de viento.

Mi corazón: payaso metafísico
sometido al violento señorío de la carne.



14

En su piel hay dunas y pozos donde la noche
se sacia; los huesos le crujen igual que viejas
herramientas, las manos escarban los flancos
del paisaje, pero sólo consiguen tocar lo árido.

Yahvé escribe sobre su pecho, debajo
de sus uñas, en las imperceptibles hendiduras
que recorren su cuerpo,
semejantes, tal vez, a antiguos caminos
únicamente transitados por chacales y ermitaños.

(Yahvé arroja las pupilas al aire
para que sean trozos de carbón al rojo vivo).

Job es el cuaderno donde apunta sus temblores,
su delicado sobresalto: signos de hermética
perfección y sudoroso abismo,
extrañas apócopes por las que resbala el universo.



18

Cicatriza el sol en lo alto de los árboles
y en lo más afuera de la boca,
donde la plegaria echa raíces angostas
que bajan hasta el cuerpo
                                         difícil
                                                   de Dios.



19

Si la lluvia fuera un punto y aparte,
si su menudo palabreo detuviera la corrupción
de los objetos, si el aturdimiento de los días
cesara detrás de tus párpados de arena.

Que ya no sea una quemadura respirar.



20

Job se desnuda y otro tanto
hace con las palabras;
su cuerpo es una piedra caliza
con la que tritura
los olores que suben de la tierra
lasciva. Nada es suyo,
ni siquiera el hueco que lo devora.



III Animal perdido [1991-2008]


Es tan corta la distancia entre nosotros y el abismo, casi inexistente, una delgada lujuria.
Rafael Cadenas, Intemperie


4
The flash, the bone, the dirt, the stone.
Walace Stevens

Busca su rostro entre los sarmientos de lo invisible
y la fárfara de la transparencia.
Mide con sus propias manos la rubia
longitud de las palabras; sabe verles
la respiración maltratada, el sudor, el barro
todavía pegado a las entrañas. Grita
y la oquedad le devuelve su misma voz,
pero esta vez vestida con una pesadez extranjera.
Su cuerpo es el bastón de no sabe qué
presencia tumefacta. Hombreloco revuelve
su carne en el polvo insumiso, mezcla
cada uno de sus huesos con la elocuencia
del aire. Pero todo sigue igual que
siempre: triunfa la redonda dureza del crepúsculo.



5

Alegatos del cuerpo
reclamando para sí
toda la gloria o la miseria.

*
La pedrada de morirse
hace demasiado tiempo
que halló su lugar.

*
Todo acto es una máscara,
una caja de resonancias equívocas:
hacer es mentir.

*
Se nos traba el lugar,
el pedazo de materia
destinado al fracaso.

*
Hache, ser una hache
de tejidos áfonos;
menuda parálisis
de huesos transparentes.



7

Aquí es una torcedura.

Duele a contusión reseca
justo en la mitad del sueño;

y son demasiados los espejos
que brotan
como erectas cicatrices
desde el núcleo
de la imposible, mordiente lucidez.



13

Eres un armazón de poros
y pequeñas desgracias,

en el cuerpo sin puertas
late irremediable el orgullo
—esa mínima mancha occipital
pretendiendo intimidades—.

Eres borrón y cuenta nueva,
tentativa de un comienzo
dibujado en los dedos.

Se diría que nada ha pasado
si no fuera por el verbo
en la zancada
haciendo de ti
un signo vertical

en batalla con el tiempo.



15

En el propio cráneo retumban los instantes igual que roncos estertores en un pecho sin edad. Dios está a la vuelta de cualquier significado, se puede oír su trajinar en los colores de la tarde, en el mismo movimiento de los mirlos cundo se allanan en negras expansiones.



16

Nacer
es un ojo de cal
ardiendo
al blanco vivo.



17

Hombreloco conocía el dialecto de los dedos,
todas las declinaciones de una antigua gramática
donde los árboles eran morfemas
de incalculable valor y la eternidad ni siquiera
una coma. Dios se escribía con abundante légamo
arrojado al aire y era imposible convocar a la muerte
sin cometer innumerables faltas de ortografía.



19

Acerca el oído
a lo que dice
con sus propias manos
la pletórica pobreza.



21

(Rafael Cadenas)

Sobrellevo medallas clandestinas, rótulos
enardecidos con lo roto, consignas abisales
que alimentan el anverso de la noche. Fui
ápice, aún lo soy pero de una manera
delgada. Me vigilo los inicios, soy una estrategia
inoperante; ese que se supone limpiando la sombra
de su tétano ciego, de sus ciegas tentaciones,
ese que nada busca o pretende; acontece,
sucede, sin más preámbulos que la imposición
de la realidad —fruta hendida en sus costados
por el rigor de las palabras—y una que otra maniobra.

Respirar es el acto más simple de seguir siendo.


28

Y en el centro de ese vacío
baila mi ser.
Kenneth White

En la mudez estrecha
de algunos lugares
he pretendido la parentela
de objetos detenidos en su forma,
la fraternidad sórdida
de figuras
dormidas en el abandono.

Sé que no soy parte
de cualquier construcción
ajena al trámite de mi cuerpo,
al andamiaje de mi respiración
entrecortada.

Pertenezco al exorbitante
jadeo del vacío.



29

Como quien sigue el espacioso
diálogo
entre formas y colores,
observa descender
la tarde
a través de su cuerpo
deformado
por las contracciones de la luz
y la expansión del deseo.

Hombreloco depone su cuerpo
para que la mirada posea
el espesor de la sangre
o el flujo arbolado
del aire en los pulmones.

El deseo le desbarajusta la piel
y pone orden
en su dispersa soledad.



30

Entonces escarbar con las uñas
en los objetos visibles e invisibles;
revolver en el aire
a ver qué pasa, destripar el infinito
por sus fosas nasales donde hay
tanto nudo gordiano
resoplando para el lado de lo oscuro.

Nos vale una pequeña fiebre,
un delicado fervor
saliendo de las palabras
hacia el núcleo erecto del verano.

Ninguna ciudad cabe en los ojos,
ningún guijarro es suficientemente pequeño
como para no hacer sombra a la verdad.

Ciegos de errar por los límites
ahora sobrenadamos
por encima de la piel
como aire separado de su propio tránsito.


domingo, 20 de febrero de 2011


De Vestigios meridianos [1993-2007]
(2009)




Cada poema es una trampa donde cae un nuevo fragmento de la realidad.
Julio Cortázar, “Para una poética”, 1954




(…) muoversi nel senso della realità col ritmo di chi eseguisce una danza.
Cesare Pavese, “Racontare è come ballare”, 1948



Sentir como quem olha,
pensar como quem anda.
Alberto Caeiro, “O Guardador de Rebanhos”, XII


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I MIGAJAS Y SUFICIENCIA [1994–2007]


Migajas

La realidad
hundiendo
bajo la boca
un cielo de raíces
o de rápidos
signos no visibles;

cuerpo entregado
a las potencias
más precarias,

al voraz
fragmento.

Nada más quiero,
tan sólo
la violencia
de lo poco.



Puedo

Puedo reconocerme en los signos
menos opulentos de esta ciudad
(el Guaire, los buhoneros,
la sucia letanía de los autos),
en la pobreza angosta
de ciertas calles abandonadas
al verde esplendor de las acacias.

Puedo observar la pausada
transformación del cielo
en incesantes máscaras,
en vestigios meridianos.

Puedo afeitarme, salir a caminar
o leer un libro, tumbado en un sillón
que favorece cualquier
modalidad de la pereza.

Afuera hay ruido solo,
gente que camina (rayas de luz seca,
deshabitadas, habituales);
adentro, la intimidad del polvo,
las medias en el suelo, la penumbra
oxidándose debajo de los muebles.

Puedo nombrar de otra manera,
dejar que las palabras vayan de perfil
o resoplen exhaustas como caballos
de venas distendidas que trotan
por la transparencia final de la mirada.



Los árboles algunas veces

Algunas veces
los árboles son muecas,
trapos
roídos por la luz de la tarde.
Algunas veces
los cruza un ayuno de pájaros,
una pura sombra
llena de palabras sueltas
y ruidos sucios;
algunas veces
meditan o parecen meditar
mientras la vida golpea
dilatada en sus raíces.
Los árboles
algunas veces
dibujan cosas pálidas,
minuciosas;
otras remedan a la muerte,
calcan su esqueleto terroso,
ordenan migajas
sordos y ocupados.
Algunas veces.



Décima arbitraria

Ningún día basta, ningún
paréntesis, ninguna norma;
ni siquiera el borde de algún
instante dilatado en forma
presentida. Cualquier reforma
nimia se vuelve materia
entreabierta. La miseria
de lo otro es raíz nuestra.
Hay un dibujo que no muestra
sus líneas, una esencial periferia.



Insomnio

La noche es un harapo lento y decidido,
nace de su propio borde,
se mueve con íntimos temblores
de araña amenazada.
Es la misma,
alguna catedral le devora el aliento;
algún edificio, algún charco
la va devolviendo a su órbita de náusea.
Está ocurriendo en Macondo,
en Barcelona, en algunos poemas de Rilke
o simplemente hunde un tajo de sombra
en la frente de Pascal.
También es sólo esto:
la mesa / la penumbra / mi desvelo.



La Pasión según San Mateo


1

Oír a J. S. Bach o llover, no sé si
sea lo mismo; las palmeras
se curvan en el espacio gris
de la ventana, mientras la música
organiza de otro modo
el parentesco de las manos
con el desvencijado techo verde
donde anidan las palomas,
o con el sillón, que parece rezar
desde su tímida sombra jorobada.
En la avenida Bolívar
únicamente los paraguas aceptan
la adusta soledad de los sonidos.


2

Del otro lado, la tierra húmeda
ofrece con desapego sus secretas fisuras;
en el aire hay un olor
a madera vieja, a sudada túnica,
a cotidiana y austera podredumbre.
Lejos, un perro ladra:
no miente, dice que las nubes
han comenzado a borrar
el perfil de las montañas.
Algunos centuriones observan el cielo,
recelosos. La figura enjuta
del rey de los judíos
es una rama golpeada por la lluvia;
ha estado diciendo palabras de barro,
ahora descansa o muere.



Dádiva

La realidad, que no es real
y sin embargo
entrega sus epidérmicas
certezas,
con desenfado, con abundancia,
a quien merezca la dádiva.



Segunda décima arbitraria

Minutos de peltre, el feudo de las horas,
la claridad pudriéndose de prisa,
letreros, automóviles, hojas, cornisas,
lápices, litúrgicos límites, antes, ahora,
después, lo que inminente se demora,
la mirada sin balanza y sin fiel,
algo alimentándose con nuestra piel.
El diálogo interior con los costados
del mundo, los vocablos dispersados
por el tiempo. Algo, restándonos la piel.



Anábasis

Se cerró la flor sobre su obstinado amarillo
que prosigue, como el sol, ahora.
Las macetas se abrazan a la poca luz,
también las naranjas lo hacen:
manchas torpes deambulando en la fijeza.
Algunos chaguaramos insisten en colgarse
de la tarde. Nada , sin embargo, sobrevive,
salvo unos cuantos colores
y la ventana entreabierta
como una bofetada que el día ya no necesita.
Sólo eso: un montón de edificios
cuyas formas no eluden el desorden
ni el esplendor ciego del crepúsculo,
el frágil aroma del perejil, apenas,
y estas ganas de borrarme con las sombras.



II CASI SONETOS [1993–2007]


1

Gris, tenue, indecisa, borroneada;
la mañana es una enorme fruta
que se pudre, una fruta lacerada
por voces y manos y ojos en disputa

permanente. Algo sale de ese gris,
algo se escurre con lenta perversidad,
algo traza en los árboles un matiz
como de espera, como de enfermedad.

Cuatro palomas, la lluvia que advierte,
unos cuantos albañiles que trabajan,
el diminuto hilo de la vida y la muerte.

Todo armándose como desgastado
de antemano. Las cosas se desencajan,
parecen regresar siempre de algún lado.



2 II

El día ofrece su mejilla barata,
su respiración de perro quieto
que dormita. Nada está completo
en su ámbito confuso que desata

el tiempo y lo golpea. Algún daimon,
algún ángel, hunde su presencia
elástica, la insinúa sin violencia
en el azul fatigado, en el borrón

que las nubes defienden. Mirar
como si las cosas se miraran de reojo
en nosotros, como queriendo dibujar

encima de lo visto un iridiscente
boceto de temblores. Quedan los despojos
como una quemadura en el presente.



4

Mi abuelo Luis era un árbol
alargado y despacioso;
un árbol enjuto, un árbol árbol,
con el perfil anguloso
y la calma abriéndose al crepúsculo.
Lo recuerdo de pie, siempre de pie,
como si todo su cuerpo fuera un músculo
opalino, persistente, herrumbrado en la fe
del patio. A veces el mar cabía en sus ojos,
en sus ojos a veces había una desnudez insuficiente.
Cuando callaba parecía una puerta sin cerrojos.
Lo recuerdo acariciando con pereza
una papa: los dedos la hacían pariente
de su carne, manos y papa eran una pura pobreza.



6

El tiempo está en aquellos zamuros:
sus espirales voraces repiten algo
informe, hermético. Entro y salgo
a través de sus símbolos impuros;

llena de musgo la boca, la boca
y las entrañas y una que otra frase.
El cielo: un cuaderno, no hay quien trace
en él ninguna sílaba de tierna roca

o abrupta carne. Prevalece lo negro
como una vaharada de metralla
en torno a ningún centro. Reintegro

a mis ojos la nudosa nada que los engendra,
los dejo rodar por la muralla
sebácea , intestina, del ser: cicatriz o almendra.



10

Meu coraçao a margem, o limite, a súmula, o índice,
eh-lá, eh-lá, eh-lá, bazar o meu coraçao.
Alvaro de Campos: “Passagem das horas”

Mi cuerpo es una pensión populosa
y heterogénea: hay contradicciones y simpatías,
hay coherencias lingüísticas, paradojas y galimatías,
hay una nada rotunda y deliciosa.

Afuera está lo otro, la realidad;
mintiendo su indiscutible persistencia,
su piel de pólvora, su llamarada de veloz indiferencia.
Es un borrador, una mera intimidad.

No somos menos transitados, menos vividos
que una avenida o que el tiempo;
también estamos igualmente rotos, desvalidos.

Como los restos de un papiro o de una vasija,
hay confusión y significado en cada fragmento
nuestro. Probablemente la muerte nos descifre o nos corrija.



III VEINTE GRIETAS [1996–2007]


Eco de luz

Hay eco de luz en los balcones.
Antonio Machado

1

La luz del crepúsculo abraza
ya sin fuerzas
a los últimos árboles del patio.


2

La tarde camina
hacia los cerros más altos.
El día se pudre.


3

Entre los falsos plátanos la luz
se pone vieja,
sólo las mariposas resisten.


4

Como una ciruela suspendida
en los dedos maduros
del verano, el sol, trémulo.



Ejercicios de luna y noche

1

La noche trenza
pedazos de silencio
y luna sucia.


2

La luna, esta noche,
es una moneda pobre;
demasiado desgastada,
demasiado íntima.


3

Siempre a punto de abrirse,
la noche
es un párpado indeciso.


4

Vibra la luna, fija en la única
obsesión
que la sostiene: mi vista.



Cuatro estaciones


1

Invierno. Los mirlos dibujan
un poco de realidad entre las ramas.


2

Marzo se derrama sobre los cuerpos;
todo duele, incluso la transparencia.


3

Las libélulas edifican el verano,
le muerden los recónditos colores.


4

En el suelo sílabas viejas quieren
poner, otra vez, nombres al vértigo.



IV MIS OJOS PARA TU ASOMBRO [1994–2007]


La mirada mía verá
Con tus ojos
El mejor universo:
El de tu asombro.
Jorge Guillén, “Mi vida”


1

Acerca tu tacto a lo que todavía no es,
palpa con cuidado el dorso de las palabras;
déjalas deambular por ti
para que nutran cada recoveco
con el aceite lechoso que la luz del trópico engendra.
Lo que no digo también te pertenece.
Ha comenzado a anochecer,
los chaguaramos parecen advertirlo, noto en ellos
algo semejante a una mueca de pesadumbre.
En mi habitación los ruidos se extinguen
debajo de tu ausencia,
modificas el clima mientras las sandalias de tu madre,
puestas en desorden sobre la alfombra,
reúnen la quietud que te contiene.

Todo habla de ti, y nada has dicho.


Valencia, 21 de noviembre de 1994



4

Las palabras se amontonan
como leña podrida sobre el suelo;
son innecesarias,
pero me ayudan a entenderte.
¿Cómo saber lo que vas siendo,
lo que de ti afirma o niega?

¿Cómo adivinarte
                           palmo a palmo
sin romperme?



8

Agua. Sé que tu mano la rehace, sé que cuando la tocas es ya algo distinto que quiere ser, una vez más desde tu carne. Sé que ninguna fórmula química la define, tú eres el demiurgo de su sangre translúcida, conviertes sus moléculas en nódulos incandescentes, en meridiana certidumbre. Ni oxígeno ni hidrógeno: únicamente tus sílabas alimentan la urdimbre de su materia poderosa. Sólo tú puedes devolverle algunas fracciones de su verdadero nombre.

Agosto de 1996 - abril de 2007



9

Escucho tu paso terrestre por mi carne,
aunque sé perfectamente que los músculos,
las venas, la tersa progresión de los pulmones
ocurren fuera de mí. No soy yo
el rutilante alberge en que te nutres,

apenas una dulce periferia.

No obstante, escucho lo que aún no ves;
y puedo ver lo que tu sangre toca
con dedos todavía más delicados que la lluvia.

Puerto Ordaz, 01de febrero de 1995
Tacoronte, 10 de mayo de 2007



11

El mundo es estrecho y visto de lejos
supongo que debe parecer una gota de agua
suspendida en la corteza del espacio;
un cascajo indefinible
como de cartón o madera o tierra hedionda,
incluso una moneda sucia
que dejamos olvidada
en el fondo de alguna sórdida gaveta.

Tú, en cambio, creces; crece tu boca,
tu páncreas, el enérgico delta de tus venas,
y junto a ti todo lo demás. Estoy seguro.

Exagero.

Si hubieses sido hijo de Matsuo Basho, él
te habría susurrado palabras no más sólidas
que el rocío, trémulos fragmentos
de discreta plenitud.




V LUGAR ADENTRO [2001–2007]


San Jerónimo del Real

Estas, las mismas golondrinas
de Bécquer, (las que
siempre vuelven)
preludian la noche;
son
       astillas
alrededor
               de los ojos
escritura sutil y apresurada
repartiendo secretos,

navajas de oscuridad
erizadas por lo breve.



Calle Preciados

Cada ruido tiene cien ojos
que se agitan como átomos
o frutas en descomposición
vertiginosa. Cada cuerpo
es un libro en ruinas en-
señando sus mordidas páginas
al polvo. Espacio es igual
a una especie de ceguera:
las llagas ven, en cambio.

Dios lee, quizás, con pupilas
revueltas y sin ritmo toda
esta ordenada ulceración.



Ciudad Universitaria (Tierra de Nadie)


A Juan Carlos Asuaje y Francisco Ardiles, cómplices.


La tarde no es compleja, tan sólo rima
con las pocas ganas de mi cuerpo
que bien podría ser una hoja más
anegada en el fango de noviembre.

Unos cuantos versos de Juarroz
han abandonado los dominios de la página
para ir a revolcarse en la sombra
que expelen hieráticos los eucaliptos.

La vida es un puñado de estas cosas, poco
más, si acaso: el lento jadear del sol
hacia los umbrales del día sin contornos,
las acacias forcejeando con las manos
húmedas del viento y también con
la materialidad urgente de los nombres.

¿Cómo pudimos llegar a leer en el cielo
de Caracas tantas cosas? Incluso fue posible
descifrar la caligrafía abstrusa
de ciertas formas hechas por el hombre
para que el ojo muera de sed
colmado por un agua del todo intraducible.

Tendidos en la hierba éramos dos,
a veces tres, orgánicos paréntesis
midiendo en vano las palabras (los cuerpos
jóvenes sólo saben corregir lo terrible
existiendo a toda máquina, no saciados,
adheridos a rajatabla sobre el borde
en llamas del instante animal y ya completo).

Las tardes no eran difíciles, sus líneas
crecían alrededor de nosotros con la misma
naturalidad que las uñas en los dedos.

Fuimos dos, a veces tres, orgánicos
paréntesis intentando abrir las sílabas
que cubrían como un sello
la quebrantable piel de nuestros límites.



Macuto

Frotabas las palabras contra el mar
para oírles la sangre
en su concentrado ardor
de vínculo garzo.

No había cerrojos en la nuca
ni en el aire salino,
todas las puertas daban
a un idéntico espacio
en el que sólo cabía
el hervor cíclico de las mañanas.

Hubieses podido pelar el sol
con tus propias manos
acostumbradas ya a la densidad
rutilante de los mangos.



La isla

Hay una isla oponiéndose a la dura
voracidad de ese
Leviatán tan libidinoso
que muerde y remuerde los intersticios
de toda cosa
con enloquecidos colmillos
colmando
los territorios de espumosa sombra
en los que chilla el caos,
una isla donde las palabras
son abejas
libando en los subterfugios
meridianos de la sangre.
Tiene la justa dimensión
de nuestros días;
aún más, está aquí,
es decir, en cualquier parte,
al margen del mapamundi
y los exhaustivos manuales de anatomía.
Hay una isla, digo,
allí somos Robinson Crusoe,
pero no el de Daniel Defoe
sino el de Michel Tournier.
Allí la felicidad
—ese monigote kitch
armado con arcilla rancia,
recortes de periódico
y palabras prostituidas—
tiene la consistencia de la lluvia; allí
la mirada resopla
como un caballo apareándose;
allí la lucidez no es un fósforo
pegado a las pupilas,
más bien tiene la forma de una rosa
o de un pubis;
allí la luz abre sus dedos
y es una caricia leve
interponiendo la transparencia
a la máscara de jade
del tiempo que jode,
que jadea sobre los fragmentos más
dolorosos,
sobre los bárbaros bordes
de la realidad.
Hay una isla
flotando a la deriva dentro
o fuera de nosotros;
una isla donde el ser
no es un arduo concepto;
en todo caso un concepto que arde,
un incendio modesto
y suficiente, un árbol
aferrado a los pulmones del instante.



VI Y LA PALABRA [2002–2007]


Y la palabra propiamente dicha es sólo aquella que es concebida, albergada, la que inflige privación, la que puede irse y esconderse, la que no da nunca certeza de quedarse, la que va de vuelo.
María Zambrano, Claros del bosque.


Las palabras

1

Las palabras son objetos
empeñados
en reproducir objetos,

las palabras son objetos
sin objeto;

cristales sucios
que devuelven imágenes
laceradas por la sed.

Las palabras son rostros de plomo
que cubren máscaras de carne;

dedos sin mano
procurando dibujar
diminutos pájaros en la memoria.



El poema

1

El poema que madura,
el poema quemadura,
el poema.

Cada palabra es refugio
insuficiente;
una ráfaga de viento mineral,
de albor liviano.

Sílabas que vuelan,
que velan sílabas:
dientes nacarados
para morder la realidad
en su redonda perfección
de fruta henchida.

El silencio abre
su sexo de diamante
y recibe
al poema que crece,
al poema que carece,
al poema.



El poeta

Respirar por el lenguaje,
tal y como la salamandra
lo hace por la piel.



VII LARVAE [1999–2007]


Fragmento de una carta extraviada de Cesare Pavese a su hermana María, escrita durante su confinamiento en
Brancaleone, Calabria, el 23 de octubre de 1935

Hoy quisiera no quejarme del frío, ni del tabaco
humedecido, ni de la ropa sucia, ni siquiera de las cucarachas
que, en última instancia, son las primigenias,
las dignas dueñas de esta pieza
continuamente ocupada por charcos de oscuridad
y un incesante olor a eucalipto podrido, a fruta agria,
a palabra postergada, a celibato.

Hoy algo parecido a la resignación
entreabre los dedos con una próvida generosidad
de la que a pesar de todo desconfío.
Un estrépito de pulidas astillas intenta alcanzarme
desde afuera, una cadencia leve deletrea mi nombre
para llenarlo de rigurosa sal, de dispersión cerúlea.

Traduzco a Faukner, a Melville, y alguna vez
intento ordenar esta maraña de voces angostas
que me dictan al oído palabras sin piel
que el sol tritura, idénticas a los excrementos de las cabras.

Nada me retiene aquí, salvo la voluntad de los hombres,
y eso es poco. Mi lugar está donde los nervios
de la luz se funden con las dunas, donde la boca baila
ahíta de colores frescos y palabras casi tan viejas como el mar
en el que Odiseo supo ver su verdadero feudo.



Chuang-Tse ante la tumba de Hui-Tse


I

El mundo es pobre y en vano corregimos
su adusta insuficiencia con mil gráciles retoques,

piensa en esto: para nada te sirvió intentar seducir
su vientre arrojándole palabras más hábiles
que dúctiles serpientes al acecho de su presa.

Ningún retoño hubo puesto que la piedra hirsuta
señorea como único lenguaje capaz de copular
con el polvo inamovible que rige sus entrañas.


II

Magnífico eras, en verdad, y fatuo y opulento.
El jade salía directamente de tus ojos
hecho ya dialecto carburante, floración
pálida pero también perversa. Fuiste
como el abejorro que dilapida su vuelo intentando
reescribir la forma esplendente de los tilos
a la que sólo el tiempo y los dioses pueden acceder.


III

Reconozco que el camino ha sido largo
y la voluntad exigua. Mis días se pierden
en el páramo de la memoria,
dando vueltas irregulares hasta confundirse
con el ajetreo vaporoso de las moscas.

Hablo contigo para enmendar los titubeos
translúcidos de la materia. Cuando estabas
todo era irreal. Ya ni eso.



Poemas encontrados en una libreta de Alejandra Pizarnik


A Maiki, por dibujar raíces, también.


Claudico ante el reino de este mundo
y el del otro. Seamos sinceros:
demasiada sed para una boca tan pequeña.

*

Di que no cuando interroguen, aúlla, increpa, expulsa;
niega por encima de todas las cosas,
incluso de ti. Acepta sólo la música
de las entrañas. La autoridad de lo invisible.

*

me pareció encontrar un indicio, un camino
tejido con lágrimas y austeros remordimientos,
me pareció advertir un lenguaje de huesos,
me pareció.

*

Nadie al otro lado de Alejandra. Como una ventana
por la que mira el odio, para fingir sus ojos.

*

La madrugada es una máscara gelatinosa,
adherida a los muchos rostros que la devoran.
Soy uno de ellos;
me sé de memoria todos los exilios,
pero sólo cuenta aquel en el que la noche brama
a través de mis poros.

*

marco los ojos con una tiza,
                                           dibujo raíces
                                                                donde estaba el vértigo.