domingo, 20 de febrero de 2011


De Vestigios meridianos [1993-2007]
(2009)




Cada poema es una trampa donde cae un nuevo fragmento de la realidad.
Julio Cortázar, “Para una poética”, 1954




(…) muoversi nel senso della realità col ritmo di chi eseguisce una danza.
Cesare Pavese, “Racontare è come ballare”, 1948



Sentir como quem olha,
pensar como quem anda.
Alberto Caeiro, “O Guardador de Rebanhos”, XII


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I MIGAJAS Y SUFICIENCIA [1994–2007]


Migajas

La realidad
hundiendo
bajo la boca
un cielo de raíces
o de rápidos
signos no visibles;

cuerpo entregado
a las potencias
más precarias,

al voraz
fragmento.

Nada más quiero,
tan sólo
la violencia
de lo poco.



Puedo

Puedo reconocerme en los signos
menos opulentos de esta ciudad
(el Guaire, los buhoneros,
la sucia letanía de los autos),
en la pobreza angosta
de ciertas calles abandonadas
al verde esplendor de las acacias.

Puedo observar la pausada
transformación del cielo
en incesantes máscaras,
en vestigios meridianos.

Puedo afeitarme, salir a caminar
o leer un libro, tumbado en un sillón
que favorece cualquier
modalidad de la pereza.

Afuera hay ruido solo,
gente que camina (rayas de luz seca,
deshabitadas, habituales);
adentro, la intimidad del polvo,
las medias en el suelo, la penumbra
oxidándose debajo de los muebles.

Puedo nombrar de otra manera,
dejar que las palabras vayan de perfil
o resoplen exhaustas como caballos
de venas distendidas que trotan
por la transparencia final de la mirada.



Los árboles algunas veces

Algunas veces
los árboles son muecas,
trapos
roídos por la luz de la tarde.
Algunas veces
los cruza un ayuno de pájaros,
una pura sombra
llena de palabras sueltas
y ruidos sucios;
algunas veces
meditan o parecen meditar
mientras la vida golpea
dilatada en sus raíces.
Los árboles
algunas veces
dibujan cosas pálidas,
minuciosas;
otras remedan a la muerte,
calcan su esqueleto terroso,
ordenan migajas
sordos y ocupados.
Algunas veces.



Décima arbitraria

Ningún día basta, ningún
paréntesis, ninguna norma;
ni siquiera el borde de algún
instante dilatado en forma
presentida. Cualquier reforma
nimia se vuelve materia
entreabierta. La miseria
de lo otro es raíz nuestra.
Hay un dibujo que no muestra
sus líneas, una esencial periferia.



Insomnio

La noche es un harapo lento y decidido,
nace de su propio borde,
se mueve con íntimos temblores
de araña amenazada.
Es la misma,
alguna catedral le devora el aliento;
algún edificio, algún charco
la va devolviendo a su órbita de náusea.
Está ocurriendo en Macondo,
en Barcelona, en algunos poemas de Rilke
o simplemente hunde un tajo de sombra
en la frente de Pascal.
También es sólo esto:
la mesa / la penumbra / mi desvelo.



La Pasión según San Mateo


1

Oír a J. S. Bach o llover, no sé si
sea lo mismo; las palmeras
se curvan en el espacio gris
de la ventana, mientras la música
organiza de otro modo
el parentesco de las manos
con el desvencijado techo verde
donde anidan las palomas,
o con el sillón, que parece rezar
desde su tímida sombra jorobada.
En la avenida Bolívar
únicamente los paraguas aceptan
la adusta soledad de los sonidos.


2

Del otro lado, la tierra húmeda
ofrece con desapego sus secretas fisuras;
en el aire hay un olor
a madera vieja, a sudada túnica,
a cotidiana y austera podredumbre.
Lejos, un perro ladra:
no miente, dice que las nubes
han comenzado a borrar
el perfil de las montañas.
Algunos centuriones observan el cielo,
recelosos. La figura enjuta
del rey de los judíos
es una rama golpeada por la lluvia;
ha estado diciendo palabras de barro,
ahora descansa o muere.



Dádiva

La realidad, que no es real
y sin embargo
entrega sus epidérmicas
certezas,
con desenfado, con abundancia,
a quien merezca la dádiva.



Segunda décima arbitraria

Minutos de peltre, el feudo de las horas,
la claridad pudriéndose de prisa,
letreros, automóviles, hojas, cornisas,
lápices, litúrgicos límites, antes, ahora,
después, lo que inminente se demora,
la mirada sin balanza y sin fiel,
algo alimentándose con nuestra piel.
El diálogo interior con los costados
del mundo, los vocablos dispersados
por el tiempo. Algo, restándonos la piel.



Anábasis

Se cerró la flor sobre su obstinado amarillo
que prosigue, como el sol, ahora.
Las macetas se abrazan a la poca luz,
también las naranjas lo hacen:
manchas torpes deambulando en la fijeza.
Algunos chaguaramos insisten en colgarse
de la tarde. Nada , sin embargo, sobrevive,
salvo unos cuantos colores
y la ventana entreabierta
como una bofetada que el día ya no necesita.
Sólo eso: un montón de edificios
cuyas formas no eluden el desorden
ni el esplendor ciego del crepúsculo,
el frágil aroma del perejil, apenas,
y estas ganas de borrarme con las sombras.



II CASI SONETOS [1993–2007]


1

Gris, tenue, indecisa, borroneada;
la mañana es una enorme fruta
que se pudre, una fruta lacerada
por voces y manos y ojos en disputa

permanente. Algo sale de ese gris,
algo se escurre con lenta perversidad,
algo traza en los árboles un matiz
como de espera, como de enfermedad.

Cuatro palomas, la lluvia que advierte,
unos cuantos albañiles que trabajan,
el diminuto hilo de la vida y la muerte.

Todo armándose como desgastado
de antemano. Las cosas se desencajan,
parecen regresar siempre de algún lado.



2 II

El día ofrece su mejilla barata,
su respiración de perro quieto
que dormita. Nada está completo
en su ámbito confuso que desata

el tiempo y lo golpea. Algún daimon,
algún ángel, hunde su presencia
elástica, la insinúa sin violencia
en el azul fatigado, en el borrón

que las nubes defienden. Mirar
como si las cosas se miraran de reojo
en nosotros, como queriendo dibujar

encima de lo visto un iridiscente
boceto de temblores. Quedan los despojos
como una quemadura en el presente.



4

Mi abuelo Luis era un árbol
alargado y despacioso;
un árbol enjuto, un árbol árbol,
con el perfil anguloso
y la calma abriéndose al crepúsculo.
Lo recuerdo de pie, siempre de pie,
como si todo su cuerpo fuera un músculo
opalino, persistente, herrumbrado en la fe
del patio. A veces el mar cabía en sus ojos,
en sus ojos a veces había una desnudez insuficiente.
Cuando callaba parecía una puerta sin cerrojos.
Lo recuerdo acariciando con pereza
una papa: los dedos la hacían pariente
de su carne, manos y papa eran una pura pobreza.



6

El tiempo está en aquellos zamuros:
sus espirales voraces repiten algo
informe, hermético. Entro y salgo
a través de sus símbolos impuros;

llena de musgo la boca, la boca
y las entrañas y una que otra frase.
El cielo: un cuaderno, no hay quien trace
en él ninguna sílaba de tierna roca

o abrupta carne. Prevalece lo negro
como una vaharada de metralla
en torno a ningún centro. Reintegro

a mis ojos la nudosa nada que los engendra,
los dejo rodar por la muralla
sebácea , intestina, del ser: cicatriz o almendra.



10

Meu coraçao a margem, o limite, a súmula, o índice,
eh-lá, eh-lá, eh-lá, bazar o meu coraçao.
Alvaro de Campos: “Passagem das horas”

Mi cuerpo es una pensión populosa
y heterogénea: hay contradicciones y simpatías,
hay coherencias lingüísticas, paradojas y galimatías,
hay una nada rotunda y deliciosa.

Afuera está lo otro, la realidad;
mintiendo su indiscutible persistencia,
su piel de pólvora, su llamarada de veloz indiferencia.
Es un borrador, una mera intimidad.

No somos menos transitados, menos vividos
que una avenida o que el tiempo;
también estamos igualmente rotos, desvalidos.

Como los restos de un papiro o de una vasija,
hay confusión y significado en cada fragmento
nuestro. Probablemente la muerte nos descifre o nos corrija.



III VEINTE GRIETAS [1996–2007]


Eco de luz

Hay eco de luz en los balcones.
Antonio Machado

1

La luz del crepúsculo abraza
ya sin fuerzas
a los últimos árboles del patio.


2

La tarde camina
hacia los cerros más altos.
El día se pudre.


3

Entre los falsos plátanos la luz
se pone vieja,
sólo las mariposas resisten.


4

Como una ciruela suspendida
en los dedos maduros
del verano, el sol, trémulo.



Ejercicios de luna y noche

1

La noche trenza
pedazos de silencio
y luna sucia.


2

La luna, esta noche,
es una moneda pobre;
demasiado desgastada,
demasiado íntima.


3

Siempre a punto de abrirse,
la noche
es un párpado indeciso.


4

Vibra la luna, fija en la única
obsesión
que la sostiene: mi vista.



Cuatro estaciones


1

Invierno. Los mirlos dibujan
un poco de realidad entre las ramas.


2

Marzo se derrama sobre los cuerpos;
todo duele, incluso la transparencia.


3

Las libélulas edifican el verano,
le muerden los recónditos colores.


4

En el suelo sílabas viejas quieren
poner, otra vez, nombres al vértigo.



IV MIS OJOS PARA TU ASOMBRO [1994–2007]


La mirada mía verá
Con tus ojos
El mejor universo:
El de tu asombro.
Jorge Guillén, “Mi vida”


1

Acerca tu tacto a lo que todavía no es,
palpa con cuidado el dorso de las palabras;
déjalas deambular por ti
para que nutran cada recoveco
con el aceite lechoso que la luz del trópico engendra.
Lo que no digo también te pertenece.
Ha comenzado a anochecer,
los chaguaramos parecen advertirlo, noto en ellos
algo semejante a una mueca de pesadumbre.
En mi habitación los ruidos se extinguen
debajo de tu ausencia,
modificas el clima mientras las sandalias de tu madre,
puestas en desorden sobre la alfombra,
reúnen la quietud que te contiene.

Todo habla de ti, y nada has dicho.


Valencia, 21 de noviembre de 1994



4

Las palabras se amontonan
como leña podrida sobre el suelo;
son innecesarias,
pero me ayudan a entenderte.
¿Cómo saber lo que vas siendo,
lo que de ti afirma o niega?

¿Cómo adivinarte
                           palmo a palmo
sin romperme?



8

Agua. Sé que tu mano la rehace, sé que cuando la tocas es ya algo distinto que quiere ser, una vez más desde tu carne. Sé que ninguna fórmula química la define, tú eres el demiurgo de su sangre translúcida, conviertes sus moléculas en nódulos incandescentes, en meridiana certidumbre. Ni oxígeno ni hidrógeno: únicamente tus sílabas alimentan la urdimbre de su materia poderosa. Sólo tú puedes devolverle algunas fracciones de su verdadero nombre.

Agosto de 1996 - abril de 2007



9

Escucho tu paso terrestre por mi carne,
aunque sé perfectamente que los músculos,
las venas, la tersa progresión de los pulmones
ocurren fuera de mí. No soy yo
el rutilante alberge en que te nutres,

apenas una dulce periferia.

No obstante, escucho lo que aún no ves;
y puedo ver lo que tu sangre toca
con dedos todavía más delicados que la lluvia.

Puerto Ordaz, 01de febrero de 1995
Tacoronte, 10 de mayo de 2007



11

El mundo es estrecho y visto de lejos
supongo que debe parecer una gota de agua
suspendida en la corteza del espacio;
un cascajo indefinible
como de cartón o madera o tierra hedionda,
incluso una moneda sucia
que dejamos olvidada
en el fondo de alguna sórdida gaveta.

Tú, en cambio, creces; crece tu boca,
tu páncreas, el enérgico delta de tus venas,
y junto a ti todo lo demás. Estoy seguro.

Exagero.

Si hubieses sido hijo de Matsuo Basho, él
te habría susurrado palabras no más sólidas
que el rocío, trémulos fragmentos
de discreta plenitud.




V LUGAR ADENTRO [2001–2007]


San Jerónimo del Real

Estas, las mismas golondrinas
de Bécquer, (las que
siempre vuelven)
preludian la noche;
son
       astillas
alrededor
               de los ojos
escritura sutil y apresurada
repartiendo secretos,

navajas de oscuridad
erizadas por lo breve.



Calle Preciados

Cada ruido tiene cien ojos
que se agitan como átomos
o frutas en descomposición
vertiginosa. Cada cuerpo
es un libro en ruinas en-
señando sus mordidas páginas
al polvo. Espacio es igual
a una especie de ceguera:
las llagas ven, en cambio.

Dios lee, quizás, con pupilas
revueltas y sin ritmo toda
esta ordenada ulceración.



Ciudad Universitaria (Tierra de Nadie)


A Juan Carlos Asuaje y Francisco Ardiles, cómplices.


La tarde no es compleja, tan sólo rima
con las pocas ganas de mi cuerpo
que bien podría ser una hoja más
anegada en el fango de noviembre.

Unos cuantos versos de Juarroz
han abandonado los dominios de la página
para ir a revolcarse en la sombra
que expelen hieráticos los eucaliptos.

La vida es un puñado de estas cosas, poco
más, si acaso: el lento jadear del sol
hacia los umbrales del día sin contornos,
las acacias forcejeando con las manos
húmedas del viento y también con
la materialidad urgente de los nombres.

¿Cómo pudimos llegar a leer en el cielo
de Caracas tantas cosas? Incluso fue posible
descifrar la caligrafía abstrusa
de ciertas formas hechas por el hombre
para que el ojo muera de sed
colmado por un agua del todo intraducible.

Tendidos en la hierba éramos dos,
a veces tres, orgánicos paréntesis
midiendo en vano las palabras (los cuerpos
jóvenes sólo saben corregir lo terrible
existiendo a toda máquina, no saciados,
adheridos a rajatabla sobre el borde
en llamas del instante animal y ya completo).

Las tardes no eran difíciles, sus líneas
crecían alrededor de nosotros con la misma
naturalidad que las uñas en los dedos.

Fuimos dos, a veces tres, orgánicos
paréntesis intentando abrir las sílabas
que cubrían como un sello
la quebrantable piel de nuestros límites.



Macuto

Frotabas las palabras contra el mar
para oírles la sangre
en su concentrado ardor
de vínculo garzo.

No había cerrojos en la nuca
ni en el aire salino,
todas las puertas daban
a un idéntico espacio
en el que sólo cabía
el hervor cíclico de las mañanas.

Hubieses podido pelar el sol
con tus propias manos
acostumbradas ya a la densidad
rutilante de los mangos.



La isla

Hay una isla oponiéndose a la dura
voracidad de ese
Leviatán tan libidinoso
que muerde y remuerde los intersticios
de toda cosa
con enloquecidos colmillos
colmando
los territorios de espumosa sombra
en los que chilla el caos,
una isla donde las palabras
son abejas
libando en los subterfugios
meridianos de la sangre.
Tiene la justa dimensión
de nuestros días;
aún más, está aquí,
es decir, en cualquier parte,
al margen del mapamundi
y los exhaustivos manuales de anatomía.
Hay una isla, digo,
allí somos Robinson Crusoe,
pero no el de Daniel Defoe
sino el de Michel Tournier.
Allí la felicidad
—ese monigote kitch
armado con arcilla rancia,
recortes de periódico
y palabras prostituidas—
tiene la consistencia de la lluvia; allí
la mirada resopla
como un caballo apareándose;
allí la lucidez no es un fósforo
pegado a las pupilas,
más bien tiene la forma de una rosa
o de un pubis;
allí la luz abre sus dedos
y es una caricia leve
interponiendo la transparencia
a la máscara de jade
del tiempo que jode,
que jadea sobre los fragmentos más
dolorosos,
sobre los bárbaros bordes
de la realidad.
Hay una isla
flotando a la deriva dentro
o fuera de nosotros;
una isla donde el ser
no es un arduo concepto;
en todo caso un concepto que arde,
un incendio modesto
y suficiente, un árbol
aferrado a los pulmones del instante.



VI Y LA PALABRA [2002–2007]


Y la palabra propiamente dicha es sólo aquella que es concebida, albergada, la que inflige privación, la que puede irse y esconderse, la que no da nunca certeza de quedarse, la que va de vuelo.
María Zambrano, Claros del bosque.


Las palabras

1

Las palabras son objetos
empeñados
en reproducir objetos,

las palabras son objetos
sin objeto;

cristales sucios
que devuelven imágenes
laceradas por la sed.

Las palabras son rostros de plomo
que cubren máscaras de carne;

dedos sin mano
procurando dibujar
diminutos pájaros en la memoria.



El poema

1

El poema que madura,
el poema quemadura,
el poema.

Cada palabra es refugio
insuficiente;
una ráfaga de viento mineral,
de albor liviano.

Sílabas que vuelan,
que velan sílabas:
dientes nacarados
para morder la realidad
en su redonda perfección
de fruta henchida.

El silencio abre
su sexo de diamante
y recibe
al poema que crece,
al poema que carece,
al poema.



El poeta

Respirar por el lenguaje,
tal y como la salamandra
lo hace por la piel.



VII LARVAE [1999–2007]


Fragmento de una carta extraviada de Cesare Pavese a su hermana María, escrita durante su confinamiento en
Brancaleone, Calabria, el 23 de octubre de 1935

Hoy quisiera no quejarme del frío, ni del tabaco
humedecido, ni de la ropa sucia, ni siquiera de las cucarachas
que, en última instancia, son las primigenias,
las dignas dueñas de esta pieza
continuamente ocupada por charcos de oscuridad
y un incesante olor a eucalipto podrido, a fruta agria,
a palabra postergada, a celibato.

Hoy algo parecido a la resignación
entreabre los dedos con una próvida generosidad
de la que a pesar de todo desconfío.
Un estrépito de pulidas astillas intenta alcanzarme
desde afuera, una cadencia leve deletrea mi nombre
para llenarlo de rigurosa sal, de dispersión cerúlea.

Traduzco a Faukner, a Melville, y alguna vez
intento ordenar esta maraña de voces angostas
que me dictan al oído palabras sin piel
que el sol tritura, idénticas a los excrementos de las cabras.

Nada me retiene aquí, salvo la voluntad de los hombres,
y eso es poco. Mi lugar está donde los nervios
de la luz se funden con las dunas, donde la boca baila
ahíta de colores frescos y palabras casi tan viejas como el mar
en el que Odiseo supo ver su verdadero feudo.



Chuang-Tse ante la tumba de Hui-Tse


I

El mundo es pobre y en vano corregimos
su adusta insuficiencia con mil gráciles retoques,

piensa en esto: para nada te sirvió intentar seducir
su vientre arrojándole palabras más hábiles
que dúctiles serpientes al acecho de su presa.

Ningún retoño hubo puesto que la piedra hirsuta
señorea como único lenguaje capaz de copular
con el polvo inamovible que rige sus entrañas.


II

Magnífico eras, en verdad, y fatuo y opulento.
El jade salía directamente de tus ojos
hecho ya dialecto carburante, floración
pálida pero también perversa. Fuiste
como el abejorro que dilapida su vuelo intentando
reescribir la forma esplendente de los tilos
a la que sólo el tiempo y los dioses pueden acceder.


III

Reconozco que el camino ha sido largo
y la voluntad exigua. Mis días se pierden
en el páramo de la memoria,
dando vueltas irregulares hasta confundirse
con el ajetreo vaporoso de las moscas.

Hablo contigo para enmendar los titubeos
translúcidos de la materia. Cuando estabas
todo era irreal. Ya ni eso.



Poemas encontrados en una libreta de Alejandra Pizarnik


A Maiki, por dibujar raíces, también.


Claudico ante el reino de este mundo
y el del otro. Seamos sinceros:
demasiada sed para una boca tan pequeña.

*

Di que no cuando interroguen, aúlla, increpa, expulsa;
niega por encima de todas las cosas,
incluso de ti. Acepta sólo la música
de las entrañas. La autoridad de lo invisible.

*

me pareció encontrar un indicio, un camino
tejido con lágrimas y austeros remordimientos,
me pareció advertir un lenguaje de huesos,
me pareció.

*

Nadie al otro lado de Alejandra. Como una ventana
por la que mira el odio, para fingir sus ojos.

*

La madrugada es una máscara gelatinosa,
adherida a los muchos rostros que la devoran.
Soy uno de ellos;
me sé de memoria todos los exilios,
pero sólo cuenta aquel en el que la noche brama
a través de mis poros.

*

marco los ojos con una tiza,
                                           dibujo raíces
                                                                donde estaba el vértigo.