De Palabras en los ojos [2007-2009]
(2011)
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La poesía
siembra ojos en la
página,
siembra palabras en los
ojos.
Octavio
Paz, “Decir, hacer”,
Árbol adentro.
Las palabras que no inventas
Las palabras que no logro inventar
son las que me explican.
Guillermo
Sucre, La mirada
¿Quién eres
allí, lector de qué?
Las palabras que
no dices han ido tejiendo
un imponente
nido para ningún pájaro.
Pájaros en la
página, viraje alrededor
de ti, algarabía
de alas en el papel dilatado
como un cielo
humilde; y tú detrás
elevando los flancos
hasta quedar en ascuas.
Hablan en tu
nombre, te dibujan unos ojos
prisioneros
superpuestos a la poca disciplina.
Las huidizas
(como agua en la lengua
trazando el
alabeo de la aridez),
las voladeras
palabras que no tocas
y que dejan en
ti un rastro de verdad discreta:
la explicación,
la nota al margen
de tu propia
ebriedad en entredicho.
Las palabras que
no inventas son como raíces
fluidas, como
brazos hacia dentro: dicen mejor
que tú tu corazón
oculto en la intemperie.
Gramática de la muerte
Mi cuerpo vendrá
a ser
simple
sedimento: una palabra
con otro
significado,
descolorida y
fértil
en cada una de
sus partes,
anclada sombra
musitando entre
lombrices.
Tu cuerpo vendrá
a ser
una endeble
desinencia
del hedor y la armonía;
un hiato
cobijado por larvas
diacríticas, por
heces.
Su cuerpo ya es,
será
una tediosa
concordancia
con la tierra pútrida
cuyas entrañas deletrearemos
con los mismos
huesos, con las
uñas mismas
girando como
un trompo tras
el tiempo.
Nuestro cuerpo
vendrá a ser
la oración
subordinada
del fango y del
celaje, siempre,
o la mayoría de
la veces
orín nominativo,
vocal oscura.
Vuestro cuerpo
tan solo
una humilde tiza
para escribir
con ella en el
abismo,
un avecilla
clausurada desde
ninguna providencia;
repulsivo
cascote de lo eterno
(o de lo etéreo,
mejor dicho),
eso vendrá a
ser.
Sus cuerpos, los
de ellos, ya
son, serán emboscados
linotipos
que la muerte
toca
con dedos o
lengua de papel.
Dos sílabas
Un segundo, tan
solo, el escote
ante mis ojos
—tiempo es carne—:
dos sílabas
corrigiendo a Dios.
Oí pasar pájaros
Oí pasar pájaros
toda la noche.
Estuvieron
picoteando en mi garganta,
separaron el
tejido cenital de las virutas
somnolientas y
solemnemente pedregosas
en las que no
hay más que aire rajado
o muecas sin
sustancia. Vino también
la muerte
lasciva a leer sus resecos
octosílabos, arrebujada
en los socavones
de la
duermevela. Toda la noche
oí pasar pájaros
en un lento zumbido
que derramaba
las palabras o las hacía
crecer el
interior de las heridas.
Gritos y susurros
Susurrar la
amplitud
del mundo
tal vez sea
posible
si antes
aprendemos
a gritar
su parvo
desvestirse.
El espacio mismo es una máscara
El espacio mismo
es una máscara
tras la que los
días se pierden sin
ascender
enteramente hacia un comienzo.
El remanente de
las horas levantadas
estalla muy
cerca de los labios y toda idea
se disuelve
entre los renglones
de un cuaderno
consonante y térreo.
Detrás de la mirada
hay otro reino
(pero eso lo
saben las manos
que irrumpen en
la página cerúlea
como pelícanos
que se arrojan contra Dios),
otra ciudad,
andante y en verdad
rotando sobre un
eje ramificado
en demasiadas
pérdidas. Por momentos
no nos
reconocemos en ningún
asunto, nada es
nuestro a excepción
de la duda y
cierto empecinamiento.
El espacio mismo
es una máscara, a través
de ella —y en su
contra—
podemos leer lo
que está escrito
entre los fieros
surcos de durar.
Hierofanía
¿Qué diosa hindú
o babilonia
sobrevive
en la escritura
revuelta
de su pelo?
Deixis ad phantasma
Algo habla sin
voz
entre los falsos
pimenteros.
Puedo oír —a
veces—
el acopio no
visible
de las cosas, y
el dialecto
verdoso con que
las hojas
señalan a la
muerte.
Alfabeto del mundo
Sílaba es la
luna, manifiesta sílaba
abriéndose en lo
alto del papel umbrío.
Umbrío es el
cuerpo de lo umbrío,
en soledad
nutriendo cada sílaba.
La noche va
soltando sus vocales
sobre los
eucaliptos y también sobre
la tímida
osamenta de las catedrales.
Pobres suben los
ojos a lo pobre.
Las manos
quieren ser, forma
recorren con la
piel en ciernes, recorren
intimidad donde
el albor se torna
cuerpo. Sílaba
es la luna o cuerpo
en contra.
Sílabas que desnudas corren,
los minutos. El
cuerpo lee al cuerpo.
Katherine Mansfield y el corazón de allí fuera
Afuera un hombre está picando piedra.
¡Hace un día muy quieto! A veces se siente crujir una hoja y una extraña ráfaga
de viento entra por mi ventana. El viejo pica, pica como si fuera un corazón
que estuviera latiendo allí fuera.
K.
Mansfield, Diario, 20 de enero de
1915.
He permanecido
sentada, no sobre la silla, sobre las tenues horas
que parecen
apilarse en las esquinas de la casa,
igual que esos
muebles a los que ya no hacemos caso:
criaturas
muertas igual que a veces las palabras.
Las hojas crujen
más cerca de mi pobre piel vacía
que del patio;
no hay paisaje, sino que todo cuanto tiene forma
y dimensión
parece devorarme casi con desdén
para que no
duela en exceso ser un ciudadano del desastre.
¿Qué podría
decirme el viento y en qué idioma?
Oigo su transparencia
en desorden ir y venir entre los fresnos
y los frágiles
castaños; también en mi cerebro el otoño vierte sombras
que cuchichean
desde una boca hecha para dialogar consigo misma.
Podría escribir
ahora mismo, si quisiera, un cuento
que trabajé
pacientemente en el scriptorum de mi
fuero interno:
limpié cada
palabra con mi sangre y en ella la envolví
como si guardara
chatarra en un aparador imponderable.
Afuera —no sé
muy bien qué quiero, o qué puedo, decir
con ese adverbio
aftoso— un hombre golpea piedras con obstinación
y quizás con
abandono; pretende disolverlas utilizando el puro empeño
y su lánguida
herramienta de humano señorío y desafuero.
(Es como si un
corazón latiera desde los acantilados de algún pecho
a punto de
extinguirse, un corazón foráneo percutiendo
en las afueras
de la tarde, demasiado lejos y sin embargo capaz
de tacharnos con
su impenetrable música los renglones de la carne).
Afuera —no sé
muy bien a qué me refiero— el hombre viejo
descarga el
flanco encallecido de sus muchos soles
contra la púber
roca que no entrega su unidad tan fácilmente.
La persistencia
del hierro —allí fuera— remueve
los subordinados
escombros de mi pulso. Siento que algo se aleja
desde muy cerca.
El corazón es un barco sin remedio.
Ubi sum?
¿Qué se hizo
aquel muchacho
—¿dónde yace
ya?—
de mirada
gaseosa y dedos
como clavos en
la madera sin barniz
de los rincones?
Sólo
queda el hueso
pulcro
—no he dicho
muerte
ni ultratumba en
rondó alígero,
evanescencia he
dicho—
de su timidez,
la espina
resplandeciendo
en los detritus
largamente
atesorados
bajo llave. Y
llueve
en los pulmones,
en el tras-
patio donde la transparencia
habla con Rilke
de fantasma
a fantasma, de
naranja
unánime a
memoria picoteada
por los mirlos.
¿Qué se hizo,
qué, aquel
mancebo tan
manso en su
soltura solitaria,
en su moderado
crecimiento
tras los
infolios y la felice latitud?
¿Qué se hizo,
pues, el desconcierto
pedaleando en la
tristeza;
Caracas por las
tardes, idéntica
a un mango que
tocamos
con las raíces
del pensamiento
bien orientadas
hacia
la disciplina de
la piel?
¿Qué se hizo el
libro con páginas
de sol y letra
garza, la soledad
reptando entre
la turba,
Sabana Grande y
sus libreros, el equi-
librio de
respirar sin romper
ninguna orilla,
la certidumbre ebria
de ser
también —y un
poco más— palabra?
Revelación de la nieve
La nieve, por
primera vez
no es otra cosa
que pensamiento
a punto de ser
cuerpo, inasible voz
para nombrar la
tierra
que es pámpano
de espejos, musgo
suave dentro de
la muerte.
La toqué y se
deshizo su
mórbida
blancura; también
la arrogancia de
su todo
fue bullir de sombras
bajo la yema
ignorante de los
dedos. La nieve
nada dijo: la
definió un silencio
cóncavo, como de
pájaro
que rehúye el
vuelo y ofrece al aire
su cuerpo de
metáfora, su quieta
e inescrutable
llama que no quema.
Dos lugares
Toco las cosas
más próximas
con manos
venidas de muy lejos.
Todo mi cuerpo
es dos lugares.
Pájaros en la página
Las palabras son
piedras
que se comportan
como pájaros
cruzando la
amplitud
constreñida de lo
blanco.
El aire alberga cifras
aún más ligeras
que el rumor
de la canícula,
cada frase es un
ojo de cal
espiando por la
cerradura
de la
transparencia;
luego asciende
hacia
los márgenes;
busca las
desguarnecidas entrañas
del papel, el
hueso albo,
la migaja tenaz
y espejeante.
En la página tan
solo pájaros
respiran el
ardor
pedregoso de lo
inmóvil.
II Commonplace
book (Ejercicios de ontofagia)
Raíces y pasos
Mihyar el de
Damasco supo entender
lo que la tierra
roja
masculla para sí
misma, para cualquiera,
para los brazos
foráneos
del viento:
espejo o túnica en mil
lenguas recluido,
filo menesteroso
de alguna señal
incinerada en la
garganta.
Lo vi caminar
bajo la pobre techumbre
del fulgor —una
multitud habitaba
en los declives
de su rostro—; lo vi alejarse
hacia el alcázar
que cada quien acuna
para sí,
donde los sueños
son altos muros
incapaces de
contener el vasallaje.
En él, raíces y
pasos eran lo mismo:
peregrina es la
bóveda
del cuerpo y una
ciudad la sangre.
Vueltas alrededor de Pavese
Vendrá la muerte
y tendrá tu vulva,
para mirarnos
desde ella con su único gesto de distancia
medida
tras los árboles
que ululan manoseados
por el viento;
vendrá la muerte
y tendrá tu pelvis,
tu zigzagueante
sonrisa
moviéndose en el
vacío como una salamandra
que salmodia
entre crepitaciones verbales
y Yahvé
desnudo e
iracundo, intachable en su locura
talmúdica
igual que un
libro abierto a punto de
saltar
sobre aquel que
lo lee. Vendrá
—créeme—,
vendrá la muerte
y puede que también
tenga tu mismo
olor a hierba estrujada
o limo augural
repleto de oraciones;
porque así huele
la muerte cuando hacia sí misma
crece,
y hacia nosotros, partiendo
cada
una
de nuestras máscaras por su mitad de tierra.
Nota al margen
¿Son vida las palabras
—se pregunta
equilibrista
Alfonso
Costafreda—
o van contra la vida?
A veces más una
cosa que la otra.
Siempre las dos
juntas.
Quevedo o al ver, quedo
Vivir es caminar breve jornada
y breve es la
boca que ofrecemos
a otra boca aún
más breve; demos
un puñado de
saliva a la nada
para
intercambiar con ella nuestros
signos
indigentes. Jornada breve
es el cuerpo y
su potencia leve
aletear de
letras en los diestros
renglones del
instante. Ya no es ayer
en la carne,
pero un raudo tatuaje
queda revuelto
en el hoy, y hoy es ser
a fruta y nervio
y cifrado balizaje
con que la
muerte bate lenguas. Ver:
echar los ojos al
aire como anclaje.
Cinco variaciones
El colibrí.
Donde estuvo no está,
¡pero está aquí!
Orlando
González Esteva
1
Dibuja el colibrí
un relámpago de
tinta
dentro de mí.
2
Gota de instante
susurrándole a
los ojos
lo incomunicable.
3
Tenaz colibrí,
signo que borra
lo que
escribe el
jazmín.
4
Más que la mirada
veloz, pero la
muerte
es aún más
rápida.
5
El colibrí.
Donde estuvo
está:
traza el aquí.
Otras cinco variaciones
Bajo los árboles,
se diría que el tiempo
juega a quedarse.
O.
G. Esteva
1
El tiempo dice,
bajo los árboles,
cosas
que echan raíces.
2
Sauce llorón:
entre el tiempo y
la duda,
igual que yo.
3
El araguaney
cubre de amarillo
a Dios, también.
4
El tiempo queda,
fluye el árbol en
círculos
de desobediencia.
5
Bajo los árboles
el tiempo se
desnuda:
es sólo carne.
La muerte de Empédocles
Hölderlin lo
dijo, no vengan a importunarme
con el tintineo
de promesas y pormenores de ultratumba:
también la dicha
bebe muerte, eso escribió,
jugosa como vid
de reflejos metálicos,
y hay moscas
sibaritas en las cuencas de su hartazgo.
De pronto Juan Sánchez Peláez
De pronto Juan
Sánchez
Peláez,
pelando la
realidad
con incisivas
manos
de alquimista,
agachado en la
almendra
del insomnio
para plegar
visión
tras
visión
como papel de
seda o lánguido
estremecimiento
quién me oye
en la extrañeza de ser
¿Quién puede
poner orden
a los
instrumentos del azar,
y de paso curarle
al vacío
sus pocas
palabras sin remedio,
su afán entre
nosotros?
¿Quién lee mis
huesos,
y en qué libreta
fui
apuntando
para que nadie
oyera el crujir
y la indolencia?
¿Quién
toca con la
orilla de su lengua
la inasible
herrumbre mía?
Raúl Gómez Jattin
A José Ramos Arteaga, Pepe
Súbete los
pliegues de la sombra hasta
las mismísimas
pupilas, déjate en paz.
Acepta el ávido
licor que te ofrece Clío
o la moneda humilde
que contente (pobre
escudilla) tu
mano abierta a medias.
Acostúmbrate de
una buena o mala
vez a los
cuchillos de la poesía (también
al barullo
despectivo que la polis
expulsa desde sus
oleosas fauces)
encajados casi
siempre nel mezzo
de las calles;
harto adentro, donde es
palmaria la
ceguera del mendrugo;
en los ojos
(patios sin lluvia); sobre
todo en ellos,
violentamente hasta
vaciarlos por
completo y no dejarles sino
el hipo.
Acostúmbrate al sabor bronco
de las palabras
(igual que el aguardiente
en las encías). Acostúmbrate
a eso:
a la fraternidad
del suelo en el que
bien puedes
anclar lo poco que te queda.
III Palabras
en los ojos
Les yeux seuls sont encore capables
de pousser un cri.
René Char, Feuillets
d’ Hypnos, 104
No veo con los ojos: las palabras
son mis ojos.
Octavio
Paz, Pasado en claro
Si otro mundo nos es dable
debe ser éste
desde unos ojos
que la diafanidad ha subyugado.
Rafael
Cadenas, Memorial
Quisiéramos abrir
la lucidez
con nuestras
propias manos
y que al
escabullirse, los dedos supieran
desandar las
callejuelas
del júbilo o
merecer un territorio
en el que el
tacto es una delgada
maduración de lo
escondido.
Quisiéramos ver
de otra manera,
arrojar al
horizonte
la totalidad de
nuestros poros
como se lanzan
piedras a un estanque.
Quisiéramos arañar
con las rodillas
el sexo sesgado
de la materia,
y que las palabras
merodeen
como un gato
exageradamente físico
las habitaciones
más vacías.
Quisiéramos
bailar
en la espumosa
penumbra del sigilo.
*
El centro es lo
otro:
la voz
detrás
de las
apariencias
señalándonos una
discreta
intersección
entre el sentimiento
y los actos,
entre los actos
y las falsas maniobras.
Mirar
es ser con el
mismo desamparo
que un albatros
arrastrando
la timidez
hacia lo seco de
su vuelo.
Que la palabra
sea gruta
en la que podamos
encerrarnos
con tarda obscenidad
de musgo
y lengua;
que los pulmones
sepan repujar
el aire
abriéndole
heridas fértiles
y exactas,
que haya sudor
en lo entredicho.
*
Lo que soy viene
a mí desde muy lejos; otras
veces aparezco de
pie
igual que un
acebo al que los pájaros
le puntúan la
espaciosa soledad.
Mi afán busca
reconocerse en el fruto
vacío de lo
dicho. Lo que no soy
también envuelve,
o casi, las palabras.
En el pecho se
acumulan cicatrices,
lluvias,
pequeñas
historias narradas sin propósito.
Lo que soy me
atisba desde una rara percusión;
entretanto los
músculos
se tensan igual
que cuerdas de grafito.
Ningún trazo.
Existir es un
idioma imposible de entender.
*
O real é a palavra
Eugénio
de Andrade, Branco na branco
Puede que lo real
sea un asunto que únicamente
concierne a la
palabra, a ella sola.
Incluso aquí es
necesario
no hacerse muchas
ilusiones.
Lo real es algo
que tiene que ver con la palabra,
pero también
desiste de ella
y hace su casa en
un descarnado precipicio.
Lo real posee una
rara gracia de gaviota
devorada por su
propio vuelo intransigente.
Lo real es
aquello que no ha querido ser,
ni siquiera, un
ligero traspiés de la palabra.
*
Larvas
usurpándonos
los
ojos
*
¿Viven los ojos
aquí o están de paso?
¿Saben que el
mediodía puede desgarrar
sus solemnes
vestiduras
con apenas dos o
tres palabras?
¿Hacia qué lado
son?
¿Comen luz recién
parida
o permanecen
consumidos
por el ayuno que
confieren los rincones?
¿Quién los
autorizó
a reescribir la
materia?
¿Dónde es punto y
final,
encima de la boca
o después de
ellos
que no ignoran el
escondite de la piel?
*
Otro día más que
entrega
su cuerpo sin
propósito
a la lujuria
ordenada de los ojos.
*
El verbum tirita de silencio
en las
crepitaciones urgentes
del ágora,
agora
y siempre.
*
Leer significa
ojos en marcha
hacia regiones
también
en movimiento.
*
Allí en lo alto,
la grulla inquiere,
postrándose en el
limo
para no ignorar
que es también eso:
la que habita una
materia
enteramente del
grito y lo inmediato.
*
El ardimiento
taimado de la música
se une a la
materia
como
intercambiando precipicios y destellos;
luego viene la
separación y después
nuevamente la
cópula capaz
de reunir en un
desguarnecido encuentro
todo el aroma
—vulnerable— que las
palabras fueron
expulsando
al ser dichas por
una boca deshecha
en el fragor de
la lujuria.
El ardimiento de
la música —su paisaje—
está en ver como
si ya no quedara tiempo
para otra cosa,
como si el instante
ardiera en su
ritmo dáctilo y rabioso.
Probablemente al
mirar son más
del aire las
pupilas, y al moverse así,
en una danza de
vibrantes signos,
acaso puedan
devolverle al cuerpo un poco
de su antigua
ingravidez.
*
Regresan todos
los días a Ítaca,
los ojos.
*
En las retinas
tímpano: oír
la contextura, el
espesor,
el
estremecimiento de los colores
en su íntima
maternidad.
Estar, dúctiles y
saciados;
sin que nada
foráneo
haga de nuestra
contingencia
una pared contra
la lumbre.
Ver un argumento
en cada aroma,
un matiz distinto
en la tupida
música.
Vivir con el nudo
de los ojos
rodeando la nuez
de lo invisible.