viernes, 4 de marzo de 2011

De Animal perdido [1990-2008]
(2009)



El animal razonable es el único animal perdido,
el único que, en lugar de persistir en su
condición primera, se preocupa por forjarse
otra, a despecho de sus intereses
y como impiedad hacia su propia imagen.
E. M. Cioran

En este roce Dios es el hueco de gastarnos
Porque uno está solo en lugar o
Estancia o salto de pie en el vacío.
Yolanda Pantin


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I Razón de lo invisible [1990-2008]


5

Rodar sobre la propia exaltación,
ser animal que muerde
los sótanos del ardor.

Masticar el fuego que sale chorreando
desde lo adentro
de toda palabra.

Dar palmadas en lo invisible;
trazar signos allí
de sucia cal, de asilo.

Advertir que la muerte es un pulmón
que se vacía cuando respira lo blanco;

una estrella reseca, saciando
la imposible sed
donde proliferan todas las preguntas.


9

La eternidad es un trompo,
míralo girar
entre la piel y lo invisible.



10

Enloquecer de presencia,
de parpadeo;
extender los brazos
hacia el centro
de la mañana,
casi rozar su sexo
de azafrán y vidrio.

Alimentarse
a fuerza de verbo.



14

Nos bañaremos en el mismo río
todas las veces que nos dé la gana,
chapotearemos con desenfado
en su corpulenta inmediatez.

El tiempo dejará de ser una navaja
aún más incómoda que la de Okham;

se hará objeto, cosa enhiesta,
extensa convulsión
capaz de borrar todos los nombres.



17

Escribo tal vez por filamentos de razón en humedad que asciende hasta creer encontrar un asidero; en ese kibutz habrá otra sangre, menos ciega, en tránsito de flor que abandona su cicatriz definitivamente.
Escribo para desandar las túrbidas apariencias cenitales; no basta con que moje los dedos en la superficie difícil que las circunvala, hay que pegar las pupilas a los límites, frotar la transparencia hasta que sea carne o un collar de sílabas que podemos tocar con la mirada.



II Ojos de carne [1991-2008]



¿Tienes  acaso ojos de carne
o ves las cosas como un mortal?
Job, 10:4

3

Job levanta los ojos y mira el cielo
arrasado por tenues, hostiles presagios;
su cuerpo es una cifra desvencijada,
un tímido túmulo hostigado por el viento.

Yahvé acecha con ojos tan acerados
como la pálida locura, pero su aliento
es una vaporosa línea
que se confunde con el horizonte.



4

He pretendido derrotas más humanas   concilios que insistan en devolverle a tus pupilas la fragilidad del agua    he procurado desnudarme rigurosamente    exponer los miembros al asedio de los cielos    No descanso    respiro a hurtadillas    Ya no pertenezco al arbitrio de los dedos y su constelación minuciosa    Se me detiene la voz en la espalda    sudo de cerca tu vacío    tu lugar de estarme contemplando    resquebrajado    distante de tu sombra incisiva    Te aseguro estar husmeando en tus contornos    adelgazando en tu vientre que persiste en ser un ave de indomable ceniza    Regreso a mis vacilaciones    a mi audacia de mínima criatura asumiendo sus gestas por descuido.



9

Del otro lado de las llagas
hay un paisaje sin edad,
idéntico a la pobreza.

El espacio se hace descenso
en lo íntimo de la dádiva,

no es herida: surco
donde crecen los ojos.



13

Quiero arrojarte mi corazón
como si se tratara de una piedra
o de un venablo árido y mortal.

Pero mi corazón es un frágil
utensilio, una lámina de viento.

Mi corazón: payaso metafísico
sometido al violento señorío de la carne.



14

En su piel hay dunas y pozos donde la noche
se sacia; los huesos le crujen igual que viejas
herramientas, las manos escarban los flancos
del paisaje, pero sólo consiguen tocar lo árido.

Yahvé escribe sobre su pecho, debajo
de sus uñas, en las imperceptibles hendiduras
que recorren su cuerpo,
semejantes, tal vez, a antiguos caminos
únicamente transitados por chacales y ermitaños.

(Yahvé arroja las pupilas al aire
para que sean trozos de carbón al rojo vivo).

Job es el cuaderno donde apunta sus temblores,
su delicado sobresalto: signos de hermética
perfección y sudoroso abismo,
extrañas apócopes por las que resbala el universo.



18

Cicatriza el sol en lo alto de los árboles
y en lo más afuera de la boca,
donde la plegaria echa raíces angostas
que bajan hasta el cuerpo
                                         difícil
                                                   de Dios.



19

Si la lluvia fuera un punto y aparte,
si su menudo palabreo detuviera la corrupción
de los objetos, si el aturdimiento de los días
cesara detrás de tus párpados de arena.

Que ya no sea una quemadura respirar.



20

Job se desnuda y otro tanto
hace con las palabras;
su cuerpo es una piedra caliza
con la que tritura
los olores que suben de la tierra
lasciva. Nada es suyo,
ni siquiera el hueco que lo devora.



III Animal perdido [1991-2008]


Es tan corta la distancia entre nosotros y el abismo, casi inexistente, una delgada lujuria.
Rafael Cadenas, Intemperie


4
The flash, the bone, the dirt, the stone.
Walace Stevens

Busca su rostro entre los sarmientos de lo invisible
y la fárfara de la transparencia.
Mide con sus propias manos la rubia
longitud de las palabras; sabe verles
la respiración maltratada, el sudor, el barro
todavía pegado a las entrañas. Grita
y la oquedad le devuelve su misma voz,
pero esta vez vestida con una pesadez extranjera.
Su cuerpo es el bastón de no sabe qué
presencia tumefacta. Hombreloco revuelve
su carne en el polvo insumiso, mezcla
cada uno de sus huesos con la elocuencia
del aire. Pero todo sigue igual que
siempre: triunfa la redonda dureza del crepúsculo.



5

Alegatos del cuerpo
reclamando para sí
toda la gloria o la miseria.

*
La pedrada de morirse
hace demasiado tiempo
que halló su lugar.

*
Todo acto es una máscara,
una caja de resonancias equívocas:
hacer es mentir.

*
Se nos traba el lugar,
el pedazo de materia
destinado al fracaso.

*
Hache, ser una hache
de tejidos áfonos;
menuda parálisis
de huesos transparentes.



7

Aquí es una torcedura.

Duele a contusión reseca
justo en la mitad del sueño;

y son demasiados los espejos
que brotan
como erectas cicatrices
desde el núcleo
de la imposible, mordiente lucidez.



13

Eres un armazón de poros
y pequeñas desgracias,

en el cuerpo sin puertas
late irremediable el orgullo
—esa mínima mancha occipital
pretendiendo intimidades—.

Eres borrón y cuenta nueva,
tentativa de un comienzo
dibujado en los dedos.

Se diría que nada ha pasado
si no fuera por el verbo
en la zancada
haciendo de ti
un signo vertical

en batalla con el tiempo.



15

En el propio cráneo retumban los instantes igual que roncos estertores en un pecho sin edad. Dios está a la vuelta de cualquier significado, se puede oír su trajinar en los colores de la tarde, en el mismo movimiento de los mirlos cundo se allanan en negras expansiones.



16

Nacer
es un ojo de cal
ardiendo
al blanco vivo.



17

Hombreloco conocía el dialecto de los dedos,
todas las declinaciones de una antigua gramática
donde los árboles eran morfemas
de incalculable valor y la eternidad ni siquiera
una coma. Dios se escribía con abundante légamo
arrojado al aire y era imposible convocar a la muerte
sin cometer innumerables faltas de ortografía.



19

Acerca el oído
a lo que dice
con sus propias manos
la pletórica pobreza.



21

(Rafael Cadenas)

Sobrellevo medallas clandestinas, rótulos
enardecidos con lo roto, consignas abisales
que alimentan el anverso de la noche. Fui
ápice, aún lo soy pero de una manera
delgada. Me vigilo los inicios, soy una estrategia
inoperante; ese que se supone limpiando la sombra
de su tétano ciego, de sus ciegas tentaciones,
ese que nada busca o pretende; acontece,
sucede, sin más preámbulos que la imposición
de la realidad —fruta hendida en sus costados
por el rigor de las palabras—y una que otra maniobra.

Respirar es el acto más simple de seguir siendo.


28

Y en el centro de ese vacío
baila mi ser.
Kenneth White

En la mudez estrecha
de algunos lugares
he pretendido la parentela
de objetos detenidos en su forma,
la fraternidad sórdida
de figuras
dormidas en el abandono.

Sé que no soy parte
de cualquier construcción
ajena al trámite de mi cuerpo,
al andamiaje de mi respiración
entrecortada.

Pertenezco al exorbitante
jadeo del vacío.



29

Como quien sigue el espacioso
diálogo
entre formas y colores,
observa descender
la tarde
a través de su cuerpo
deformado
por las contracciones de la luz
y la expansión del deseo.

Hombreloco depone su cuerpo
para que la mirada posea
el espesor de la sangre
o el flujo arbolado
del aire en los pulmones.

El deseo le desbarajusta la piel
y pone orden
en su dispersa soledad.



30

Entonces escarbar con las uñas
en los objetos visibles e invisibles;
revolver en el aire
a ver qué pasa, destripar el infinito
por sus fosas nasales donde hay
tanto nudo gordiano
resoplando para el lado de lo oscuro.

Nos vale una pequeña fiebre,
un delicado fervor
saliendo de las palabras
hacia el núcleo erecto del verano.

Ninguna ciudad cabe en los ojos,
ningún guijarro es suficientemente pequeño
como para no hacer sombra a la verdad.

Ciegos de errar por los límites
ahora sobrenadamos
por encima de la piel
como aire separado de su propio tránsito.


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